También nosotros podemos hacerlo...

 Este domingo, en la lectura del Evangelio (Jn 2, 1-11) escuchamos el pasaje de las Bodas de Caná, en el que el Señor Jesús, a petición de su Madre, realiza el primer milagro, aunque el momento de dar su testimonio público no había llegado.

La riqueza del pasaje se acrecienta cuando reparamos en los detalles. Se trata de una celebración nupcial a la que habían sido invitados María y José, con lo cual eran personas cercanas a ellos. Las fiestas de bodas, en la época en que el Señor peregrinó en medio de los hombres, tenía una importancia social. Se trataba de dar un testimonio público del amor de los esposos, de su alianza, y de compartir la alegría con sus parientes y allegados.

Las fiestas de las familias pudientes podían durar un par de días, las de los que tenían menos recursos eran mucho más sobrias. Y, el caso de unas familias de modestos recursos que improvisamente se vieran superados en las estimaciones de las personas invitadas, significaba pasar un momento desagradable, que podía robarles la felicidad del momento.

Probablemente, esa era la situación de esta joven pareja. Y María se dio cuenta de la situación.

Nosotros, en diversos momentos de nuestra vida, podemos venir al conocimiento de situaciones angustiosas e incómodas que padecen algunos familiares y amigos. Ciertamente, no está siempre en nuestras manos poder resolver la situación en la que se encuentran porque no somos la persona idónea para hacerlo. Pero sí hay algo que podemos hacer.

María no tendría una tienda y, seguramente, no tenía una bodega con provisión de vinos para salir al frente de la situación. De la misma manera, tampoco nosotros podemos resolver los problemas de las personas cercanas a nosotros, y a veces, no podremos resolver siquiera los problemas propios. Lo que si pudo hacer María y podemos hacer también nosotros es interceder ante Dios. Él sí puede hacerlo todo.

María se acerca con fe y confianza a su Hijo, Dios y hombre verdadero. Hemos de imitarla y hacer lo mismo. De hecho, podemos decirle como testimonio a esos parientes y amigos: “No puedo ayudarte materialmente, pero voy a orar al Señor para que te veas libre de esta preocupación pronto”. Ten la certeza de que es lo mejor que puedes hacer.

No despreciemos el poder de la intercesión. Es una manera de amar al prójimo, y por supuesto, de reconocer la majestad, la grandeza y el poder de Nuestro Dios y Señor, para quien es toda la gloria, hoy y siempre.


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