La esperanza a la que nos llama
En la segunda lectura de la Santa Misa de hoy escuchamos un pasaje de la carta a los Efesios (1, 3 – 6. 15 – 18) en el que escuchamos una oración de alabanza de San Pablo y una oración de bendición: “el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, les dé espíritu de sabiduría y revelación para conocerlo, e ilumine los ojos de sus corazones para que comprendan cuál es la esperanza a la que nos llama, cuál la riqueza de gloria que da en herencia a los santos”.
Hace menos de dos semanas celebramos con alegría cristiana el Nacimiento del Señor Jesús. Jesús hace el anuncio del Reinado de Dios: si reconoces a Jesús como Dios y hombre verdadero, aceptas la salvación que te ofrece, tu vida adquirirá un significado nuevo, alcanzarás la vida eterna y tendrás la certeza de que el mal (el pecado y la muerte) no tienen ni tendrán la última palabra.
En la oración de bendición de San Pablo, pide que el Señor ilumine nuestros corazones para que comprendamos la esperanza a la que nos llama. En el mundo en que vivimos, las noticias que recibimos es que pareciera que el mal es lo que está tomando el control de todo, y que a los que queremos el bien, todo se nos pone cuesta arriba. Es fácil que cedamos a la tentación de que el mensaje de Cristo es vano.
El creyente tiene la certeza de que, antes o después, la victoria de Cristo será definitiva. Por eso, el seguidor de Cristo sigue adelante a pesar de que “la corriente le viene en contra”: “Aunque estemos llenos de problemas, no estamos sin salida. Tenemos preocupaciones, pero no nos desesperamos; nos persiguen, pero no estamos abandonados; nos derriban, pero no nos destruyen… No nos desanimamos porque, aunque por fuera nos vamos deteriorando, por dentro nos renovamos cada día. Lo que sufrimos en esta vida es cosa ligera, que pronto pasa, pero nos trae como resultado una gloria eterna, mucho más grande y abundante. Porque no nos fijamos en lo que se ve sino en lo que no se ve, ya que aquellas cosas que se ven son pasajeras, pero las que no se ven son eternas” (2Co 4, 8-9. 16-18).
El Maestro nos llama a la esperanza: a tener fe en Él, a confiar en su Palabra, a orientar la vida por sus enseñanzas y ser feliz ahora y después eternamente, y, sobre todo, tener la certeza de que el mal no tendrá la palabra final. No tener esta esperanza es dejar que la tristeza, la decepción y el desánimo sean los sentimientos que guíen la existencia. Y los seguidores de Cristo no somos así. Todo lo podemos en Cristo que nos fortalece (Fil 4, 13).
No se trata de un “optimismo irracional”, se trata de una consecuencia de la fe en Cristo Jesús, Señor y Salvador nuestro. Que el Señor Dios ilumine nuestros corazones para que comprendamos cuál es la esperanza a las que nos llama.
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