La impiedad, causa de todos lo males
La impiedad, en la Sagrada Escritura, es el desprecio a Dios y todo lo relacionado con Él. Se trata de algo más que ateísmo: se trata de un rechazo a la religiosidad.
Desde hace ya muchísimo tiempo los estudiosos del hombre han determinado que el verdadero fundamento de la moralidad de una persona se haya en su fe, sea cual sea. De esta manera, una persona que no reconoce un poder superior sobre sí no tendrá más referente moral que sí mismo y sus caprichos.
Una persona carente de fe no encontrará ningún problema en acudir a medios ilícitos con tal de obtener lo que quiere. En la primera lectura de nuestra Misa (Sab 2, 12. 17-20) escuchamos cómo unas personas impías manifiestan querer secuestrar y torturar a una persona solo porque piensa y actúa diferente y manifiesta tener su fe en un Dios Todopoderoso y Salvador.
En la segunda lectura, tomada de la carta del apóstol Santiago (3, 16-4, 3), se advierte que la ausencia de Dios en la vida de una persona es el origen del desorden las rencillas y contiendas. Quienes dejan que la sabiduría que viene de Dios guíe su vida se convierten en "amantes de la paz, comprensivos, dóciles, están llenos de misericordia y buenos frutos, son imparciales y sinceros. Los pacíficos siembran la paz y cosechan frutos de justicia".
Cuando una persona saca a Dios de todas las ecuaciones de su vida, el resultado es bastante caótico. Y es importante acotar que una persona puede físicamente estar cerca del Señor y de las prácticas de la religión, pero tener su corazón lejos de Dios.
En el Evangelio (Mc 9, 30-37) escuchamos cómo los Apóstoles, quienes estaban físicamente cerca del Señor, no tenían su corazón puesto en Él. De hecho, en el pasaje de hoy, el evangelista dice que ellos iban conversando por el camino quién de ellos es el primero, el superior. Con esto, el evangelista quiere dar a entender que no habían entendido y asimilado el mensaje de Cristo Jesús.
En concluyendo, la impiedad es la causa de muchos males en la vida de los hombres. Si no se tiene el corazón lleno de Dios y puesto en Él, podemos perder fácilmente los referentes del actuar moral. Podemos estar físicamente cerca del Señor y de las actividades religiosas, pero tener el corazón vacío de Dios.
Que nuestro corazón jamás se aparte del Señor Jesús para quien es toda la gloria, hoy y siempre.
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