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En la solemnidad del Sagrado Corazón

 Nuestro día a día y los diversos acontecimientos en los que nos vemos envueltos producen una muy fuerte presión sobre nuestra alma. Y eso hace que, aunque estemos físicamente bien, sintamos un cansancio y un agobio espiritual. Todas esas cosas son una fuerte carga que nos va a desgastando.

Muchísimas personas gastan un buen dinero en terapeutas o acudiendo a esos autodenominados gurús en búsqueda de técnicas que le permitan manejar el estrés. Y la verdad sea dicha, eso ayuda muy poco. Eso no supone una respuesta definitiva para lo que nos ocurre.

Si pensamos que podemos alcanzar todo con nuestras solas fuerzas, no solo estaremos equivocados, sino que añadiremos más peso a nuestra alma.

¿Cuál es la solución?

Acudir a Jesucristo. Escuchamos en el Evangelio de la Santa Misa de hoy:

“Vengan a mí, todos los que están fatigados y agobiados por la carga, y yo les daré alivio. Tomen mi yugo sobre ustedes y aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontrarán descanso, porque mi yugo es suave y mi carga ligera".

Cuando reconocemos nuestras limitaciones y somos suficientemente humildes para acudir al que todo lo puede, entonces adquirimos una fortaleza interior superior. Porque sabemos que no todo está bajo nuestro control, confiamos en aquel que nos ama y que procura todo para nuestro bien, aun cuando no lo entendamos momentáneamente. Por eso Jesucristo nos invita a ser mansos y humildes de corazón para no dejar que nuestras emociones y resentimientos tomen el control, sino que nos dejemos guiar por la sabiduría divina y encontremos la fuerza en Cristo Jesús para llevar adelante nuestra vida, día por día.

Cuando nos acercamos al corazón de Cristo entonces podremos decir con la palabra: Todo lo puedo en Cristo Jesús que me fortalece (Fil 4, 13).

Sagrado Corazón de Jesús, en ti confío.


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