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El verdadero temor de Dios

 Una de las situaciones más difíciles y que con mayor frecuencia se presentan en los fieles es el temor a lo que otras personas puedan decir de él. No solo nos referimos a la vida de fe sino a cualquier aspecto de la vida social.

Eso supone un peso muy grande en la vida de un individuo. Una persona que trata de evitar que los demás digan algo malo de él se somete a un infierno en vida. La razón es sencilla: nunca va a poder agradar a todos. Esas personas viven en un estrés constante y pueden terminar enfermos con ansiedad, depresión u otro tipo de trastorno.

Por lo que se refiere a la vida cristiana de un fiel, sucede exactamente lo mismo. Ese fiel puede pensar que su testimonio se reduce al hecho de que nadie tenga nada malo que decir de él. Y en realidad no es así. El testimonio que el Señor Jesús espera de nosotros es una cosa infinitamente superior: se trata de mostrar a los demás cómo puede agradar al Señor y ser feliz.

Por otra parte, como escuchamos en la primera lectura (Jr 20, 10-13), resulta inevitable el que otras personas actúen mal y digan cosas malas de nosotros. Sabiendo eso, ya no debemos preocuparnos. Como dice el profeta Jeremías, debemos alegrarnos porque el Dios está de nuestro lado: el Señor, guerrero poderoso, está a mi lado; por eso mis perseguidores caerán por tierra y no podrán conmigo; quedarán avergonzados de su fracaso y su ignominia será eterna e inolvidable. No debemos prestar atención a las personas de mal corazón.

Esa misma invitación nos hace nuestro señor Jesucristo: No tengan miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma (Mt 10, 28). Los seguidores de Nuestro Señor Jesucristo tienen que liberarse de la pesada carga de tener que agradar a los demás y de temer lo que otras personas puedan decir. Eso se llama el temor "al qué dirán" o al "temor de los hombres". Nuestro señor Jesucristo nos invita a tener temor de Dios.

Como bien sabemos el temor de Dios no es la trepidación del alma por el mal que pueda causarme el Señor sino que se trata de un movimiento del alma que nace del amor. Porque amo al Señor sobre todas las cosas, temo ofenderle porque quiero corresponder al amor que Él me ha mostrado primero.

Cuando se vive con el temor de Dios y no con el temor a los hombres se gana una libertad espiritual muy grande. Y a eso nos invita el Maestro hoy. Pon la razón de ser de tu vida en agradar a Dios y no en agradar a los hombres.

Quita de tu corazón y de tu vida la obligación absurda de querer agradar a todo el mundo. Eso es imposible y, además, es inevitable que los demás hablen tonterías de ti. En cambio, que en tu vida y en tu corazón esté presente el Santo temor de Dios.

Que la paz del Señor esté siempre con nosotros.

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