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Seguir la voz de Cristo

 Las lecturas de este domingo tienen una profundidad particular. Nos invitan a elevar nuestra reflexión sirviéndonos de imágenes bíblicas. Hoy la Palabra de Dios nos invita a considerar que la verdadera vida está en Cristo Jesús y que fuera de él es la oscuridad y la muerte.

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En el Antiguo Testamento hubo un avance en la revelación. Inicialmente, el pueblo creía que después de morir solo era una suerte de descanso por toda la eternidad. Paulatinamente el Señor hizo saber que la muerte no tiene la última palabra, sino que después de la muerte advendría la resurrección como lo escuchamos en la primera lectura de nuestra Santa Misa (Ez 37, 12-14).

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Durante la predicación apostólica no existía ninguna duda sobre la resurrección de los muertos, sobre todo porque habían experimentado la victoria de Cristo sobre la muerte. Los Apóstoles se sirvieron de esa imagen para enseñar en su predicación que todos nosotros hemos de huir del reino del pecado y la muerte al reino de la vida. Así como el Señor dará vida a nuestros cuerpos mortales, somos nosotros quienes debemos dar el paso de salir del reino del pecado para vivir en la vida de los hijos de Dios, como escuchamos en la segunda lectura de nuestra Santa Misa (Rom 8, 8-11).

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En el Evangelio escuchamos el relato, rico en detalles y contenido, de la resurrección de Lázaro. El Maestro afirma sin dejar espacio a otra interpretación: Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y todo aquel que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre. Y a los ojos de sus amigos y enemigos, obra un milagro inobjetable: después de varios días de haber fallecido devuelve la vida a su amigo Lázaro.

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El evento de la resurrección adviene después de que el Señor, con fuerte voz, llamase a su amigo. Evidentemente, fue precedido de una acción de no poca importancia: la piedra que sellaba el sepulcro fue removida. Esta imagen puede y debe ayudarnos en la siguiente reflexión.

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Todas las personas, incluidos nosotros, podemos vivir dentro de un sepulcro, esto es, viviendo de una manera alejada de los criterios de Dios. La piedra que cubre el sepulcro podía impedir que la voz del Señor llegase dentro, por ello es necesario que nosotros eliminemos de nuestra vida cualquier obstáculo que nos impida escuchar la voz del Jesús. Esos obstáculos pueden ser la soberbia que nos hace creer que somos mejores y superiores a lo que realmente somos, el orgullo que no deja reconocer nuestros errores o las ideologías que nos obligan a pensar que Jesucristo es un concepto caduco.

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Si no removemos la piedra del sepulcro no podremos escuchar la voz de Jesucristo que nos llama con todo vigor. Siguiendo la voz del Señor, podremos salir del reino del pecado y la muerte al reino de la vida que está en Cristo.

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En este último trecho de la Cuaresma podemos reflexionar qué cosas se convierten en un obstáculo para que pueda yo escuchar la voz de Cristo Jesús que me llama a la vida. Si logramos identificarlo, podremos escuchar la voz de Jesús que nos llama y podremos convertirnos en sus discípulos y así entrar en el Reino de la vida con él.

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Que Dios nos bendiga hoy y siempre.

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