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La clave es Cristo

 La palabra “clave” tiene, entre otros significados, “elemento básico, fundamental o decisivo de algo”. Y esto es importante para comprender un aspecto que se deja ver en las lecturas de nuestra Santa Misa de hoy.

En la primera lectura (1Sam 16, 1b. 6-7. 10-13ª), Samuel recibe la advertencia de parte de Dios que no se deje llevar por la apariencia externa porque eso es propio de los hombres, no de Dios. El Señor juzga lo que hay en el corazón de cada hombre.

En el Evangelio (Jn 9, 1-41), escuchamos el detallado pasaje de la sanación del ciego. Resalta el hecho de que en la época de la sanación todos daban como un hecho cierto el que una persona que sufriese algún tipo de enfermedad permanente era la consecuencia del pecado propio o de sus padres (Jn 9, 2. 34). Y la respuesta del señor es tajante: Ni él pecó, ni tampoco sus padres.

Todos los seres humanos necesitamos una serie de referentes morales, llamados hoy valores, que orienten toda nuestra actividad. El creyente está llamado a poner la Palabra de Dios como el criterio que guíe todas nuestras acciones. Pero al estar viviendo en medio del mundo, todos estamos expuestos a los referentes o valores que la sociedad usa y quiere imponer a todos. Entonces resulta muy fácil que el creyente deje de lado el mensaje de Cristo y adquiera criterios de actuación propios del mundo que no siempre respetan la voluntad del Señor.

De esta manera hoy es común encontrar personas que actúan mal y aducen como criterios frases que se repiten con frecuencia. Por ejemplo: “yo hago las cosas de esta manera porque todo el mundo lo hace así”, “mejor no digas nada para que no la emprendan contigo”, “eso es ley de la calle” o “te falta malicia”.

Como seguidores de Cristo Jesús estamos llamados a revisar constantemente nuestros criterios. San Pablo invita a que nosotros orientemos nuestra vida por los criterios que nos enseña nuestro Señor Jesucristo, luz del mundo: “Busquen lo que es agradable al Señor y no tomen parte en las obras estériles de los que son tinieblas” (Ef 5, 10 – 11). No está bien el que un cristiano justifique su mala conducta utilizando como criterio los referentes del mundo.

Cuando nosotros tenemos a Cristo Jesús al centro de nuestra vida podemos permanecer firmes ante la adversidad y la contradicción, como el ciego de nacimiento. Después que el Señor obró el milagro de devolverle la vista, el ciego entendió que había sido objeto de la preferencia de Dios de manera especial. Y eso le concedió lo necesario para tener paz interior y encontrar la razón de su felicidad en Aquel que le amó primero. Por eso, al reconocer a Jesús como el Hijo del hombre, el Mesías prometido, no dudó en ofrecer como obsequio toda su vida: "¿Y quién es, Señor, para que yo crea en él?" Jesús le dijo: "Ya lo has visto; el que está hablando contigo, ése es". Él dijo: "Creo, Señor". Y postrándose, lo adoró.

La clave para nuestra vida es y debe ser Cristo Jesús, no los criterios de este mundo.

Que Dios nos bendiga hoy y siempre.


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