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No nos olvidemos de lo que es más importante

Las lecturas de nuestra Santa Misa de hoy nos invitan a considerar un hecho fundamental en nuestra vida: Jesucristo.

En la primera lectura el profeta emite una sentencia de Dios refiriéndose a su siervo. No es suficiente que él sea el restaurador de Israel, sino que ha de ser la luz de todas las naciones (Is 49, 3. 5-6). San Pablo en el inicio de su carta a los corintios recuerda un hecho fundamental: todos han sido santificados en Cristo Jesús (1Co 1, 1-3).

En el Evangelio escuchamos la conducta y testimonio de Juan el Bautista: Él es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo (Jn 1, 29-34).

A lo largo de nuestra vida de fe como creyentes en Cristo Jesús podemos distraernos y pensar que lo accesorio es más importante que lo esencial. Es algo muy común que muchas personas que asisten a actividades de tipo religioso presten más atención a cosas externas, a detalles o pequeñas acciones, algunas veces cargadas de mucho sentimiento, y no al encuentro con Cristo Jesús en la Palabra o en los sacramentos. Y es un peligro que se cierne sobre la Iglesia en todos los niveles.

Concebir la vida cristiana de este modo puede traer una consecuencia nefasta para la vida del creyente. El fiel puede convencerse de que los actos de culto están centrados en la forma y la manera de hacerlo, en la innovación o en los eventos grandilocuentes, y no en el encuentro con Cristo Jesús. Y eso sería un grandísimo error porque el centro y la razón de ser del culto y de la vida del fiel es Cristo Jesús.

La centralidad de Cristo en nuestras vidas debe verse en nuestras palabras y nuestras obras. Eso es lo que se llama testimonio. Porque hablo de Jesucristo y muestro respeto en mi forma de hablar hacia las cosas que tienen que ver con el Señor, hago saber a los demás que Cristo Jesús es alguien importante en mi vida. Cuando procuro comportarme con corrección, demuestro a los demás que los valores que guían mi vida no son algo de moda sino que tienen una raíz sólida en la Palabra de salvación que me ha dejado Cristo Jesús.

En el Evangelio escuchamos el ejemplo que da Juan el Bautista. Él mismo tenía una gran cantidad de seguidores que admiraban la fuerza de sus palabras y el testimonio de su propia vida. Pero tenía más que claro que él no era el más importante sino Cristo Jesús. Y así lo hizo saber a todos los hombres al anunciar que Jesús es el Cordero de Dios que quita los pecados del mundo.

Esa es nuestra misión y la misión de la Iglesia: anunciar a todos los hombres que Cristo Jesús es la luz para este mundo, que gracias a Él hemos sido santificados y que por Él recibimos el perdón de todos los pecados. Debemos dar nuestro testimonio de fe en Cristo Jesús.


Que el Cordero de Dios nos bendiga hoy y siempre.

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