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Hoy junto con toda la Iglesia celebramos la solemnidad de nuestro Señor Jesucristo Rey del universo. No cabe duda que nuestra fe nos enseña que el reinado de Cristo es total, pero como también enseña Nuestro Señor su reinado no es como los reinados de este mundo (Jn 18, 36; Lc 22, 25 – 26).

El reinado de Cristo es especial. Como enseña Nuestro Señor es algo muy valioso por el que vale la pena entregar la propia vida (Mt 13, 44 - 45) y que da un significado a todas las cosas que hayamos vivido y que estamos viviendo (Mt 13, 52), que está entre nosotros (Lc 17, 20) y que va creciendo (Mt 13, 31 – 33). Ese reino comienza cuando cada quien se va alejando del mal (Mt 21, 31 – 32) acepta la salvación que Cristo le propone y reconoce a nuestro Señor Jesucristo como el Rey, como el Señor (Jn 9, 35 – 38).

Aceptar a Jesucristo como Rey, como Señor, da un significado nuevo a la vida (Fil 3, 7 – 11). Y el requisito único para ello es el obsequio religioso de nuestra inteligencia y la voluntad a Cristo Jesús y a su mensaje.

En la primera lectura de la Misa (2Sm 5, 1-3) escuchamos como el pueblo de Israel voluntariamente acepta a David como rey, visto que ya de mucho antes había provisto el cuidado de su territorio. Y es la misma actitud que hemos de tener nosotros como creyentes ante la persona y el mensaje de Cristo.

El Reinado de Cristo es imposible si ponemos condiciones. Hoy está muy extendido el hecho de poner en tela de juicio la acción de Dios sobre el mundo o la salvación de Cristo sobre los hombres poniendo “condiciones”. Si Dios es tan bueno por qué ocurre tal cosa; si Jesucristo es todopoderoso por qué no hace tal otra. Una y otra actitud no buscan una respuesta para acercarse a Cristo sino para tratar de justificar el alejamiento de él.

Esta es la actitud que escuchamos nosotros en el Evangelio de hoy (Lc 23, 35-43). El Señor, en el patíbulo de la Cruz, recibía las invectivas del Sanedrín e incluso de uno de los condenados a muerte que pretendía descargar en el Jesús la culpa de que estuviese siendo crucificado. Por esta razón ni los miembros del Sanedrín ni Gestas (así llama la tradición al ladrón malo) pudieron reconocer al Señor y formar parte de su reinado.

En cambio, tenemos la actitud de Dimas (así es llamado el buen ladrón). Reconoce que no es justa ni lógica la actitud d su compañero en el patíbulo. Le hace saber que la situación en la que se encuentran no es culpa de Jesucristo sino del mal uso que hicieron de su libertad y por eso el castigo es merecido. En ese momento, Dimas acepta la salvación que Cristo propone y le reconoce como rey: "Señor, cuando llegues a tu Reino, acuérdate de mí". Y alcanzó la salvación: "Yo te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso".

Sea propicia esta solemnidad de Cristo Rey para repasar nuestro itinerario hacia el Reino: alejarnos del mal, escuchar el mensaje de Cristo, aceptar a Jesucristo como el Salvador y hacer el obsequio religioso de nuestra vida.

Que el Rey de reyes y Señor de señores nos bendiga hoy y siempre.

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