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Creo en la resurrección de los muertos y en la vida eterna

Las lecturas de nuestra Santa Misa dominical en el mes de noviembre nos invitan a reflexionar sobre las realidades últimas que hemos de esperar los creyentes: la muerte, el juicio, la resurrección de los muertos y la vida futura.

En la primera lectura tomada del segundo libro de los Macabeos (7, 1-2. 9-14) escuchamos el relato edificante de los jóvenes que prefirieron entregar su vida antes de desobedecer las leyes de Dios. Todos ellos dieron su testimonio de que no tenían miedo de enfrentar a la muerte sabiendo que recibirían del Señor el premio a la fidelidad. Es una lectura que deberíamos hacer con mucha frecuencia y que nos invita a reflexionar sobre nuestra fe ante las tentaciones o la adversidad.

En el Evangelio (Lc 20, 27-38) escuchamos la respuesta del Señor ante la pregunta capciosa de los saduceos. Una mujer que estuvo casada sucesivamente con 7 hermanos, en la vida futura ¿de quién será mujer? Y el Maestro da una respuesta ejemplar: “en la vida futura, los que sean juzgados dignos de ella y de la resurrección de los muertos, no se casarán ni podrán ya morir, porque serán como los ángeles e hijos de Dios, pues él los habrá resucitado”.

Siempre ha existido entre los creyentes la tentación de pensar que la vida acaba cuando cerramos los ojos a este mundo. La certeza de la vida futura puede desvanecerse sobre todo cuando las personas comienzan a cambiar de criterio y comienzan a dar más valor a las cosas materiales. Es una tentación permanente en todos los hombres y de todas las épocas.

Hoy es muy común escuchar como personas defienden el llevar una vida licenciosa porque, afirman, es lo único que te podrás llevar de esta vida. Esa es una visión reductiva que expresa la poca esperanza en la vida futura. En realidad, solo podremos presentar a Cristo Jesús las cosas buenas que nosotros hayamos hecho: los actos de misericordia, nuestras oraciones y nuestro testimonio.

Dicho esto, la esperanza que se traduce en una certeza en la vida futura sirve de orientación para nuestra vida presente. Todo lo que podamos hacer en nuestro hoy tiene valor de la vida eterna. Lo que yo pueda hacer o lo que yo deje de hacer hoy me servirá para hacer méritos para la vida eterna o para la condenación eterna. Por eso, la fe en la resurrección de los muertos y en la vida futura no es algo indiferente en la vida del creyente: es algo que nos ayuda a darle un sentido final a cada una de las cosas que hacemos.

Por eso, jamás hemos de olvidar que un día nuestra vida alcanzará su término en esta tierra y nos presentaremos en el Tribunal de Cristo, el justo juez. Y allí seremos juzgados en el amor y en el testimonio que hayamos dado en su nombre.

Hoy más que otros días podemos valorar más el sentido de lo que profesamos en nuestra fe: creo en la resurrección de los muertos y en la vida futura.

Que el Señor desde el cielo nos ayude y nos bendiga siempre.

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