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Somos testigos de Jesucristo

Todos los domingos celebramos la victoria de Cristo Jesús sobre el pecado y la muerte con su resurrección. Cada domingo le decimos “anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección”.

El Papa Benedicto XVI nos recordaba el origen de nuestro cristianismo: “no se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida” (Dios es amor 1). Es lo que define nuestro ser como creyentes. Jesucristo debe ser el evento que da el significado más completo a nuestra vida.

El ser testigo de Cristo es una consecuencia natural: “Conocer a Jesucristo por la fe es nuestro gozo; seguirlo es una gracia, y transmitir este tesoro a los demás es un encargo que el Señor, al llamarnos y elegirnos, nos ha confiado” (Aparecida 18). Hoy las lecturas de la Santa Misa nos presentan dos niveles del testimonio de nosotros los creyentes. 

El primer nivel es el fundamental: el testimonio con la vida. Para hacer saber a los demás que somos personas educadas, más que decirlo es necesario demostrarlo con los hechos. Saludar, ser cortés y gentil, mostrarse colaborador.. Es comunicar con la vida. No hacerlo así implica todo lo contrario de dar testimonio, es dar falso testimonio: “Quien dice: «Yo lo conozco», y no guarda sus mandamientos, es un mentiroso, y la verdad no está en él. Pero quien guarda su palabra, ciertamente el amor de Dios ha llegado en él a su plenitud” (1Jn 2, 4-5).

El segundo nivel es la consecuencia del encuentro con Cristo: anunciarlo a los demás. Ese anuncio no debe ser vacío, debe ir acompañado de unción: debo transmitir la emoción que significa lo que Cristo ha hecho en mi vida. Es decir a otros: No te hablo de lo que no sé, te hablo de lo que he vivido. Significa poner nuestra palabra específicamente cristiana.

En el Evangelio, Jesús le dice a sus discípulos que todo que sucedió (pasión, muerte y resurrección) ha ocurrido para que se cumpliera la Escritura y para que se anunciara a todos los pueblos la conversión y el perdón de los pecados. Y les indica a los Apóstoles que ellos son testigos de eso (Lc 24,35-48).

Esa experiencia y esa vivencia no la olvidan los apóstoles. San Pedro anuncia a Jesucristo en el Templo de Jerusalén después de la sanación de un tullido. Y pone su sello: “nosotros somos testigos de esto” (Hech 3, 15).

No olvidemos esta dimensión importante de nuestra vida: dar testimonio a los demás de nuestra fe en Cristo con nuestra vida y con nuestra palabra. Que el Señor derrame sobre nosotros sus bendiciones.

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