En el imaginario de mucha gente descansa un error de percepción sobre lo que significa ser seguidor de Cristo. Ese error consiste en que ser católico significa vivir en la calle de la amargura. En otras palabras, piensan que nos está prohibido ser felices.
Nada más alejado de la realidad.
Una de las cosas que ha destacado a los grandes santos es que son personas que viven alegres. Incluso en medio de la adversidad, porque la razón de su alegría no descansa solo en su bienestar.
En el camino del adviento, hoy la Iglesia nos propone para nuestra reflexión esto: en la espera de Cristo Jesús, debemos estar alegres.
En las lecturas de hoy, escuchamos tres de muchas razones para estar contentos:
Me alegro en el Señor con toda el alma y me lleno de júbilo en mi Dios, porque me revistió con vestiduras de salvación y me cubrió con un manto de justicia (Is 61, 10): Jesús nos da la gracia y la fuerza necesaria para alejarnos del mal y orientar nuestra vida como ofrenda al Padre. Porque gracias a Él estoy salvado, solo queda que yo abrace esa salvación. ¡Debo estar alegre porque Jesús me salvado!
Mi alma glorifica al Señor y mi espíritu se llena de júbilo en Dios, mi salvador, porque puso los ojos en la humildad de su esclava (Lc 1, 47-48): Somos lo más predilecto a los ojos de Dios porque somos obras de sus manos. Todos valemos el sacrificio de Cristo. No importa si hacemos cosas grandes o no, si todo el mundo aprecia lo que hacemos o no, nuestra alegría se fundamenta en que Dios me ama y da valor eterno a todo lo que soy y hago.
Vivan siempre alegres… pues esto es lo que Dios quiere de ustedes en Cristo Jesús (Tes 5, 16.18) El Señor no quiere que estemos tristes o amargados. Quiere que estemos alegres porque nuestro corazón está con Jesús. Evidentemente, esa felicidad está en Cristo. El evangelio de hoy nos presenta la figura de Juan que invita al Pueblo (y a nosotros) a poner la mirada en Jesús que viene. Entonces, si quieres vivir alegre, pon tu vida en manos de Jesús.
¡Dios te bendiga!
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