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El yugo de Cristo Jesús


Escuchamos en el Evangelio de hoy, tomado del Evangelio de San Mateo, una oración que Jesús eleva al Padre y luego una indicación a quienes le siguen. Esa indicación tiene dos momentos:

Vengan a mí, todos los que están fatigados y agobiados por la carga, y yo los aliviaré. (Mt 11, 28)

En la época en que el Señor Jesús transitó por la Tierra Santa, no existían mayores medios de transporte. Los que eran más pudientes se servían de una bestia –burro o caballo– para andar en ellos o para adjuntarles una carreta o poner la carga sobre la bestia. Los menos pudientes tenían que hacer sus trayectos a pie y llevar consigo los fardos de viaje. Si los caminos eran llanos rendía más el tiempo de viaje, si el camino llevaba cuestas, entonces, era más cansón para el peregrino.

Era una cosa perfectamente normal que los viajeros se detuvieran a la sombra de los árboles o en las fuentes para hidratarse, y para tomar reserva de agua para el camino. Allí aprovechaban para comer algo de fruta o la vianda que habían preparado para el camino. En resumen, los viajes eran algo muy pesado y producía gran cansancio en los viandantes.

El Señor Jesús se sirve de esa imagen para indicar a sus seguidores el cansancio y el agobio producido, ya no por recorrer el camino polvoriento, sino por el camino de la vida, en donde vamos llevando, cada quien, miedos, angustias, pesares, decepciones, tristezas, rencores… son muchas cosas que vamos asumiendo a lo largo de la vida que, si no somos lo suficientemente atentos para deshacernos de eso, producen una gran fatiga y un gran agobio en nosotros. Si nosotros no nos acercamos a Jesucristo, si no nos hacemos uno con Él, no aprenderemos a aliviar el cansancio y el agobio de la vida. En Él obtenemos la justa perspectiva de las cosas y vemos como oportunamente podemos deshacernos de cosas que nos van a estorbar a lo largo de la vida. Solo en Jesús podremos encontrar alivio: Yo los aliviaré.

Tomen mi yugo sobre ustedes y aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontrarán descanso, porque mi yugo es suave y mi carga ligera. (Mt. 11, 29-30)

El yugo es una pieza de hierro o madera que se colocaba sobre un buey sobre una yunta de bueyes, al cual se ataba el correaje para jalar el arado.

La pregunta que nos podríamos hacer ahora: ¿Cómo un yugo, aunque sea del Señor, puede ser suave y ligero? Debemos precisar lo que quiere decir el Señor. Para eso, tomo prestado unas palabras del Papa Francisco: “El «yugo» del Señor consiste en cargar con el peso de los demás con amor fraternal. Una vez recibido el alivio y el consuelo de Cristo, estamos llamados a su vez a convertirnos en descanso y consuelo para los hermanos, con actitud mansa y humilde, a imitación del Maestro. La mansedumbre y la humildad del corazón nos ayudan no sólo a cargar con el peso de los demás, sino también a no cargar sobre ellos nuestros puntos de vista personales, y nuestros juicios, nuestras críticas o nuestra indiferencia” (Ángelus, 6 de julio de 2014)

En otras palabras: Cada uno de nosotros forma parte del yugo del Señor: aprendiendo de Él podemos ayudar a los demás a aliviar sus pesares, y con la humildad y mansedumbre del Maestro aprenderemos a no cargar mayor peso a los demás. La humildad es reconocernos cual somos (con nuestros defectos y virtudes) y la mansedumbre es alejar de nosotros todo resentimiento que pueda irritarnos e irritar a los demás. Así los demás podrán encontrar el descanso (necesario para ellos) que les permita aligerar sus almas y puedan continuar el camino de la vida.

El Señor nos conceda llevar a cabo esta invitación que nos hace.

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