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El centro de nuestra fe: Jesús es salvador


Las lecturas de nuestra Santa Misa este domingo poseen una profundidad particular. Todas apuntan a Jesucristo y en especial, a su condición de salvador.
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En la primera lectura (Is 7,10-14), ante la desfachatez de Acaz que había expropiado el oro del Templo para darlo como ofrenda al enemigo, el profeta invita al rey incrédulo a que pida una señal para que ponga su confianza en Yahweh. Hipócritamente, le dice al profeta que no quiere tentar al Señor. El profeta anuncia entonces una imagen en la que una virgen daría a luz a un niño que sería Dios con nosotros (Enmanuel).
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Evidentemente, para los israelitas era difícil de entender porque, para ellos, todos los nombres tienen un significado normalmente religioso. Probablemente pensaban que respondían a un de los tantos nombres de otros personajes de Israel. Sin embargo, es claro que el profeta hablaba de un hecho extraordinario, y aunque el mismo profeta no lo supiera, estaba anunciando que Dios está con nosotros en el niño que ha nacido de la Virgen.
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San Pablo no alberga ninguna duda: Jesucristo, nuestro Señor, nacido, según la carne, de la estirpe de David; constituido, según el Espíritu Santo, Hijo de Dios, con pleno poder por su resurrección de la muerte: Jesucristo, nuestro Señor (Rom 1, 3-4). Los primeros cristianos no dudaban de esto: Jesús es Dios, la Segunda Persona de la Santísima Trinidad de hizo hombre en el seno de la Virgen María.
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En el Evangelio de hoy, surge como personaje central: José. El Evangelio teje de él una gran alabanza: un hombre justo, santo y amaba a María con todo el corazón (Mt 1, 19). El embarazo de María fuera del matrimonio estaba penado con la pena de la lapidación (Dt 22, 23-24). José había decidido dejarla para librarla de esa pena y quedar él como un sinvergüenza. Un gesto que dice mucho de él.
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Ante la noble decisión de José, interviene directamente el Señor y, en sueños, le hace saber que María no ha sido infiel, que Ella es la heredera de las promesas que hizo al Pueblo de Israel. En otras palabras, María iba a ser la Madre de Dios. Dios con nosotros, Enmanuel, no era simplemente un nombre: era un hecho. Dios está con nosotros.
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La respuesta de vida de José es ejemplar: recibió a María como su esposa y asumió la misión de ser el padre del Hijo de Dios.
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Ya este misterio de nuestra fe da pie al resto: Si Dios se hizo hombre y se llama Jesús, ¿soy consciente de que Dios –Jesús– me ha hablado? ¿Sé que Dios –Jesús– me ha manifestado su Voluntad para que yo pueda alcanzar la salvación, la vida eterna? Si Dios está con nosotros, ¿qué papel juega Jesús en mi vida? ¿Tengo un trato confiado con Jesús, en especial en la oración y en la Eucaristía?
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El Adviento y la Navidad son un periodo para que nosotros reflexionemos y meditemos sobre el fundamento de nuestra fe. Los cristianos no creemos simplemente en Dios, sino en Dios hecho hombre –Jesús– y en Dios que está con nosotros.
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Que el Emmanuel nos bendiga todos los días de nuestra vida.

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