Ir al contenido principal

La manifestción del Señor a todos los pueblos


Hoy, toda la Iglesia celebra la Solemnidad de la Epifanía del Señor. Los profetas habían anunciado que el Señor se daría a conocer a todos los pueblos, como escuchamos en la primera lectura de la Santa Misa de hoy (Is 60, 1-6). Su mandato antes de subir a los cielos fue la de ir por el mundo entero a predicar a Cristo y su mensaje (Mt 28, 19-20). San Pablo, junto con los demás apóstoles tenían más que claro que la salvación alcanza a todos: judíos o no, como lo escuchamos en la segunda lectura de nuestra Misa (Ef 3, 2-3. 5-6).

La tradición de la Iglesia ha visto en la figura de los reyes la representación de los pueblos de la tierra que reconocen a Jesús como rey, Dios y hombre verdadero al ofrecerle oro, incienso y mirra. En el relato que escuchamos en el evangelio de nuestra Misa de hoy (Mt 2, 1-12) hay un par de reflexiones que debemos hacer.

La primera es que el pueblo de Jerusalén no tenía puesto su corazón en el Señor. Estaba distraído en otras cosas. Para ese pueblo, el Señor Dios de los ejércitos no resultaba alguien importante. La estrella estaba allí y Jerusalén no lo vio. La pregunta de los Magos sobre el Mesías altera a Jerusalén por la implicación política, no por el cumplimiento de las promesas. No sabían donde habría de nacer el Mesías y por eso tuvieron que investigar.

Ese mismo peligro corremos nosotros cada día. Podemos distraernos en otras cosas olvidándonos del Señor y donde podemos encontrarnos con Él: en la Palabra, en la oración, en los sacramentos (de manera especial en la Eucaristía y en la Penitencia), en la comunidad de creyentes y en el necesitado. Sin el corazón abierto al encuentro con Jesús, no importará las señales que Dios nos ponga delante. Las ignoraremos porque para nosotros no nos resulta importante.

La segunda cosa que podemos considerar es la siguiente: los Magos venidos de Oriente resultan consecuentes con lo que creen. Ven la señal de un Rey que es Dios y hombre verdadero y actúan en consecuencia. Se mantienen fieles en la adversidad cuando fueron retenidos en Jerusalén. No les importó ponerse en camino hacía un destino desconocido e incierto. Y cuando encontraron a Jesús le hicieron ofrenda de lo mejor que tenían.

Existe siempre el peligro de un divorcio entre la fe que decimos creer y la vida que llevamos. Y eso hace nacer la hipocresía religiosa: creernos buenos y no serlo. Ese es un mal tan grande que el Señor Jesús le recriminaba esa actitud a los fariseos. Del relato de los Magos hemos de aprender a vivir con coherencia nuestra fe, alejando el peligro de la hipocresía religiosa que cierra el corazón a Cristo Jesús.

Que el Rey, Dios y hombre verdadero nos ayude y nos bendiga.

Comentarios

Entradas populares de este blog

“Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu” (Lc 23, 46)

1) Composición de lugar             El Señor está consciente de que su hora de morir ha llegado. 2) Confianza y abandono La oración de Jesús, en este momento de sufrimiento —« Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu »— es un fuerte grito de confianza extrema y total en Dios. Esta oración expresa la plena consciencia de no haber sido abandonado.

¿Qué nos enseña el pasaje de la resurrección de Lázaro?

1) Lo que esperamos obtener de Dios no siempre es lo mejor para nuestra vida . Más de una vez nos habremos dirigido al Señor pidiéndole algo seguramente importante. Y más de una vez el Señor no nos concedió lo que le pedimos. Sin embargo, no nos debe quedar la menor duda de que lo que ocurrió redundará siempre en nuestro bien, aunque en el momento no lo entendamos o no lo veamos con claridad. Marta y María le mandan a avisar a Jesús que Lázaro está muy mal. Jesús no responde inmediatamente. Finalmente, Lázaro fallece. Cuando Jesús se hace presente, Marta le dice: “Si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano”. Marta esperaba que el Señor sanase a su hermano, pero no imaginó nunca que fue lo mejor que pudo pasar, porque con ello dio una muestra fuerte de su poder y su hermano volvió a la vida. 2) La verdadera vida está en Jesucristo . Hoy el término “vida” está relacionado más con el desorden y el placer. Y eso no es vida. La verdadera vida es la comunión de vida y a

¿Cómo actúa el Espíritu Santo en nosotros y en la Iglesia?

Es una pregunta interesante. No responderla implica el repetir hasta la saciedad que el Espíritu Santo actúa en nosotros y no tener idea de qué estamos hablando. Básicamente, el Espíritu Santo actúa ordinariamente de dos modos. Primero : El Espíritu Santo nos concede la misma vida de Dios. En los sacramentos, nosotros recibimos la gracia santificante. Esto quiere decir que recibimos la condición de hijos de Dios en el bautismo y, mientras tengamos la intensión de vivir según la Voluntad de Dios (eso es vivir en santidad) conservaremos esa amistad con Dios. Si por debilidad, descuido, pereza o maldad perdemos la gracia de Dios, el Espíritu Santo nos concede el perdón por el sacramento de la confesión. El Espíritu Santo hace posible nuestra vinculación con la familia de los hijos de Dios. Segundo : Con sus dones. En la tradición bíblica y en la tradición cristiana católica se identifican siete dones del Espíritu Santo: sabiduría, inteligencia, consejo, fortaleza, ciencia, pieda