Ir al contenido principal

El ejemplo es la mejor forma de dar razón de nuestra fe


            En la primera lectura de nuestra Misa de hoy, escuchamos un pasaje hermoso de la historia de Israel. El Pueblo de Dios volvía del exilio, de una situación muy dura, en la que estuvieron lejos del Templo de Jerusalén. Mientras estuvieron lejos, los padres y abuelos trataron de conservar la fe trasmitiendo a sus hijos y nietos lo que recordaban de la Sagrada Escritura.

            Cuando volvieron a Israel, trataron de recuperar la ciudad. El Templo de Jerusalén tardó en ser reconstruido, pero se arreglaron algunos altares para que el pueblo pudiera ofrecer sus sacrificios. Cuando se tuvo la ocasión se reunió una gran parte del pueblo en Jerusalén. Y allí un sacerdote (Esdras) comenzó a leer la Sagrada Escritura. El pueblo la escuchaba con respeto y al reconocer en las palabras que escuchaban lo que habían oído de sus padres y abuelos, se llenó el corazón de gozo y lloraban de emoción.

            Dos cosas comparto contigo. La primera, es el respeto que mostraba el pueblo por el Señor. Escuchaban la Palabra de pie y con atención. Y el pueblo se alegraba de entender el mensaje (Neh 8, 12). Es el mismo respeto que muestra Jesús cuando lee la Palabra, del libro del profeta Isaías: de pie, con respeto, desenrolla el libro, lee y lo vuelve a enrollar y lo entrega al custodio.
Es un ejemplo para nosotros hoy: nuestra actitud ante las cosas del Señor y nuestra disposición a escuchar la Palabra debe ser similar. Hoy muchos católicos no muestran ese respeto y esa disposición: eso se convierte en un mal testimonio y hace que otros se alejen y dejen de creer. Debemos recuperar esa forma de dar testimonio.

            La segunda: el testimonio. Los padres hicieron su esfuerzo para que sus hijos pusieran el corazón en el Señor, y daban su testimonio con su vida. Lo mismo que San Lucas en el evangelio de hoy: “yo he resuelto escribírtelos por su orden, después de investigarlo todo diligentemente desde el principio, para que conozcas la solidez de las enseñanzas que has recibido” (Lc 1, 3-4). El cristiano no debe hablar de Jesucristo siempre en primera persona. Debe hablar también en primera persona: de mi experiencia de Cristo Jesús. Y no solo hablar: también con la conducta, con los gestos, con la actitud.

            Hoy es una ocasión maravillosa para que revisemos estas cosas fundamentales de nuestra fe. Es el momento de saber que debemos dar testimonio.

            Que Jesús nos bendiga.

Comentarios

Entradas populares de este blog

“Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu” (Lc 23, 46)

1) Composición de lugar             El Señor está consciente de que su hora de morir ha llegado. 2) Confianza y abandono La oración de Jesús, en este momento de sufrimiento —« Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu »— es un fuerte grito de confianza extrema y total en Dios. Esta oración expresa la plena consciencia de no haber sido abandonado.

¿Qué nos enseña el pasaje de la resurrección de Lázaro?

1) Lo que esperamos obtener de Dios no siempre es lo mejor para nuestra vida . Más de una vez nos habremos dirigido al Señor pidiéndole algo seguramente importante. Y más de una vez el Señor no nos concedió lo que le pedimos. Sin embargo, no nos debe quedar la menor duda de que lo que ocurrió redundará siempre en nuestro bien, aunque en el momento no lo entendamos o no lo veamos con claridad. Marta y María le mandan a avisar a Jesús que Lázaro está muy mal. Jesús no responde inmediatamente. Finalmente, Lázaro fallece. Cuando Jesús se hace presente, Marta le dice: “Si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano”. Marta esperaba que el Señor sanase a su hermano, pero no imaginó nunca que fue lo mejor que pudo pasar, porque con ello dio una muestra fuerte de su poder y su hermano volvió a la vida. 2) La verdadera vida está en Jesucristo . Hoy el término “vida” está relacionado más con el desorden y el placer. Y eso no es vida. La verdadera vida es la comunión de vida y a

¿Cómo actúa el Espíritu Santo en nosotros y en la Iglesia?

Es una pregunta interesante. No responderla implica el repetir hasta la saciedad que el Espíritu Santo actúa en nosotros y no tener idea de qué estamos hablando. Básicamente, el Espíritu Santo actúa ordinariamente de dos modos. Primero : El Espíritu Santo nos concede la misma vida de Dios. En los sacramentos, nosotros recibimos la gracia santificante. Esto quiere decir que recibimos la condición de hijos de Dios en el bautismo y, mientras tengamos la intensión de vivir según la Voluntad de Dios (eso es vivir en santidad) conservaremos esa amistad con Dios. Si por debilidad, descuido, pereza o maldad perdemos la gracia de Dios, el Espíritu Santo nos concede el perdón por el sacramento de la confesión. El Espíritu Santo hace posible nuestra vinculación con la familia de los hijos de Dios. Segundo : Con sus dones. En la tradición bíblica y en la tradición cristiana católica se identifican siete dones del Espíritu Santo: sabiduría, inteligencia, consejo, fortaleza, ciencia, pieda