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UNA ENCRUCIJADA COTIDIANA

En la primera lectura de la Santa Misa de este domingo, leemos un hecho particular en la historia de Israel. Josué, el gran guía del Pueblo de Israel en la conquista de la tierra prometida, después de culminar la ocupación, reúne a todos los jefes de las tribus de Israel. Les hace un relato de lo vivido desde la salida de Egipto hasta ese momento, narrando las maravillas y portentos que hizo ante sus ojos. Ahora los pone en una encrucijada:

Si no os parece bien servir al Señor, escoged hoy a quién queréis servir: a los dioses que sirvieron vuestros antepasados al este del Éufrates o a los dioses de los amorreos en cuyo país habitáis; yo y mi casa serviremos al Señor.

Algo similar ocurre en el Evangelio de nuestra Misa, final del discurso del Pan de Vida. El Señor les invita a que crean en Él, les dice que Él es el alimento del alma —el pan bajado del cielo y el pan de vida— y les invita a comer su Cuerpo y beber su Sangre. El discurso era muy duro, incluso para sus discípulos (los mismos que le buscan después de la multiplicación de los panes) que se quejan y le critican.

El Señor Jesús les sale al paso: no se queden con la materialidad de las palabras, pasen a la fe. Les invita a que den el salto: El espíritu es quien da vida; la carne no sirve de nada. Las palabras que os he dicho son espíritu y vida. Para ello hay que volver al requisito inicial, encontrarse con Jesús y aceptarlo como el Salvador: Por eso os he dicho que nadie puede venir a mí, si el Padre no se lo concede.

Y así nos encontramos en una encrucijada: Aceptamos al Jesús como Salvador y Señor o nos damos la vuelta y nos alejamos de Él. Ante esa disyuntiva, Pedro se toma la vocería: Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo consagrado por Dios.

Y así comenzamos a ser cristianos.

Esa misma encrucijada se nos presenta cada día. Cada jornada debemos renovar nuestro seguimiento a Cristo Jesús, porque solo Él da un sentido completo a mi vida, porque sus palabras son espíritu y vida. Debemos repetir todos los días, al inicio de la jornada, la misma respuesta de Pedro: Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo consagrado por Dios.

Si por alguna razón nos desviamos, volvemos a Jesús y le decimos:

Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo consagrado por Dios.

Cada día una encrucijada, cada día una elección, cada día una respuesta.

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