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Primer domingo de cuaresma: Redescubrir nuestro bautismo


En la segunda lectura de la Santa Misa de hoy san Pablo cita el diluvio universal, cuyo final escuchamos en la primera lectura. San Pablo se refiere al agua del diluvio como “un símbolo del bautismo que actualmente os salva”. Al mismo tiempo, el Apóstol se refiere al significado del bautismo: “no consiste en limpiar una suciedad corporal, sino en impetrar de Dios una conciencia pura”.



Cada uno de nosotros recibió en su momento el sacramento del bautismo, algunos cuando eran niños, otros ya mayorcitos. Lo importante es que en ese momento recibimos una dignidad única, la de ser hijos de Dios. Nuestro Creador no espera otra cosa que vivamos coherentemente esa condición. No ser coherentes es como decir que hay un bombero que no sabe apagar fuegos, o un médico que no sabe de medicina. Un hijo de Dios debe vivir como tal.



El bautismo, hecho importante en la vida de cada uno de nosotros, marca un final y un inicio. Marca el final de una vida separada de Dios, donde dominaban otros criterios mundanos, donde reinaba el egoísmo, la avaricia, la lujuria. Marca el final de una vida encadenada, dominada por el pecado, de alegrías pasajeras. El bautismo marca un inicio: de una vida vivida rectamente delante de Dios, de saber y tener al Señor presente en todo momento, de hacer todo para la gloria de Dios. Marca una vida de liberación y de salvación, de felicidad plena.



Probablemente muchos podrán argüir que ellos no se acuerdan o no estaban conscientes cuando lo bautizaron. Es un argumento necio: es la misma actitud que tendría un niño que reclama a sus papás que por qué viven en la casa donde viven si él no se acuerda o estaba consciente de cuando se mudaron allí.



La vida cotidiana de un hijo de Dios está llena de alegrías y tristezas, de esperanzas y angustias. No podemos dejar de lado que también pueden presentarse tentaciones de apartarnos del camino de la voluntad de Dios. Ellas pueden hacernos pecar por debilidad, por descuido o por maldad. Sin embargo, Dios ha puesto el remedio en el sacramento de la confesión.



Si con los dones que nos da el Señor, en especial el don de inteligencia, podemos descubrir dónde el mundo, el demonio o la carne pueden tentarnos, entonces podremos poner los medios para resistir, evitar o vencer las tentaciones. A veces se requiere de acciones fuera de lo ordinario, pero es mejor hacerlo así que ofender al Señor.



Hay un relato en “la Odisea” de Homero que relata las aventuras de un tal Ulises. Ulises debía ir a su tierra, Ítaca. En el camino tuvo un encuentro con una reina llamada Circe, quien le advirtió que en su camino a Ítaca debía pasar por las sirenas. Ellas distraían con su canto a los marineros para que se estrellaran con las rocas de los arrecifes, haciéndolos naufragar. Sabiendo Ulises que debía pasar por ahí y enfrentarse a ese peligro, toma una decisión fuera de lo normal: reúne a sus marinos y les dice que lo aten al mástil del barco y que lo dejen allí hasta pasar los arrecifes. Antes de dejarse atar, pone tapones de cera a los marineros para que no escuchen los cantos de las sirenas. Así pudo pasar y vencer a las sirenas.



El tiempo de Cuaresma es un tiempo de penitencia, pero no como si los cristianos fuéramos masoquistas. Se trata de hacer pequeños sacrificios para fortalecer nuestra voluntad y saber resistir las tentaciones del mundo, del  demonio  y de la carne. Es un tiempo para ofrecer al Señor pequeñas mortificaciones por nuestros pecados, pequeñas mortificaciones que pueden ser de privarnos de algo que nos guste hasta hacer obras de misericordia. Todo esto nos ayudará a redescubrir nuestro bautismo, a renovar “el compromiso de vivir con una buena conciencia ante Dios”.



El creyente está llamado a hacer fructificar la gracia del bautismo: a rectificar su vida cuantas veces sea necesario. Nosotros estamos expuestos a la tentación. No está excluido el que alguien pueda caer en la tentación por debilidad o por maldad. El Señor te llama al arrepentimiento y a la conversión. Todos los días. Te llama a caminar tu vida con el compromiso de vivir con una buena conciencia ante Dios.

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