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Domingo 5 del tiempo ordinario ciclo B. Jesús y la adversidad.


Jesús: la mano en la adversidad



Las lecturas de hoy son una invitación a considerar un punto muy particular en nuestra vida. Normalmente, cuando gozamos de plenitud de fuerzas, podemos sentir la tentación de pensar y sentir que somos perfectamente autosuficientes. Cuando todo va “viento en popa”, es fácil olvidar que lo que somos y tenemos no solo ha sido por nuestras solas fuerzas, sino gracias a la ayuda de otros y, sobre todo, gracias a la Bondad de Dios Nuestro Señor.



Es precisamente en la adversidad donde cada quien nota que no es tan fuerte y capaz como se imaginaba, se percata que hay cosas que están fuera de su control y que dependen más de los demás; es en ese momento cuando cada quien se percata que, si hubiese actuado de otra manera, tal vez hoy los resultados hubiesen sido diferentes. En la adversidad cada quien se da cuenta de sus limitaciones. Y es en la adversidad donde frecuentemente se levanta la mirada al cielo para buscar la ayuda divina.



En la primera lectura de la Misa, Job, después de vivir la tragedia de perder todo, incluso su familia, eleva en medio de su dolor a Dios en quien siempre puso su confianza. Aún cuando tiene su visión pesimista y fatalista, no deja de poner su confianza en El que todo lo puede.



El salmista recuerda algunas ocasiones en las que el Señor salió en auxilio del Pueblo de Israel y cómo mostró su bondad para con aquellos quienes se encontraban en adversidad. Ése es el motivo para invitar a todos a alabar al Señor: porque nunca se olvida de los que quiere –de todos los hombres– aún cuando no sepamos encontrarlo o no sepamos reconocerlo en el día a día.



En el Evangelio vimos la disposición del Señor de ayudar a los que se encuentran en dificultad. Y eso es porque el Señor siempre nos tiende la mano en la adversidad para que entendamos y aprendamos que Él está siempre cerca de nosotros. Sin embargo, no debemos olvidar la actitud del Señor: sí, está dispuesto a ayudarnos en la adversidad, pero su mayor interés está en nuestra salvación. Muchos lo buscaban para que les concediera alivio en sus pesares, pero su intención principal es llevar el Evangelio a todos –al igual que San Pablo– para que a todos alcance la salvación.



Recuerda siempre que Jesús es la mano amiga que se tiende en la adversidad, en nuestra adversidad. Sin embargo, no olvides que Él quiere lo mejor para nosotros: Nuestra salvación



Jesús tenía una vida súper activa: ya lo escuchamos en el Evangelio. No obstante, Jesús sacaba tiempo para orar. Sin el trato confiado en la oración existe el peligro de hacer las cosas con vacío en el corazón, sin encontrar sentido a lo que hacemos.



Es importante que valoremos el momento de oración diario. Sin él corremos un grandísimo peligro: quitar toda referencia a Jesús en nuestra vida. Sin Jesús en nuestra vida desaparece el valor eterno de nuestras acciones y se convierte en valor material. Sin Jesús, el éxito de una acción se traduce en valor comercial y no en un valor sobrenatural. Se piensa en “parecer más” y no en “ser más”. Sin Jesús, la vida se torna pesimista.



Jesús da sentido a todo lo que hacemos. Él está con nosotros siempre: en los momentos malos y en los buenos. Podemos contar con Él en todo momento, podemos recurrir a Él en cualquier circunstancia de nuestra vida. Él es nuestro amigo en la adversidad y nuestra compañía en la prosperidad.

  

Jesús, la Buena Noticia que nos salva


Hoy hemos escuchado en el Evangelio cómo el Señor Jesús sanó a muchos enfermos. Cabe la posibilidad de que un creyente confunda los favores del Señor con la misión de la Iglesia, en otras palabras: pensar que los milagros son el elemento fundamental de la existencia de la Iglesia. Así, habrá muchos que pensarán que habría más fieles y creyentes si en la Iglesia hubiera más milagros de los que ocurren.



El mismo Señor se encarga de desmentir eso: «Vámonos a otra parte, a las aldeas cercanas, para predicar también allí; que para eso he salido». Lo que funda a la Iglesia es llevar el mensaje de salvación: Evangelizar, llevar la buena noticia y hacer llegar a todos la salvación mediante los sacramentos.



¡Ay de mí, si no anuncio el Evangelio!


El deber de anunciar el mensaje de Jesús no es solo de los pastores de la Iglesia. ¡Es todos! Evidentemente, no todos de la misma manera: a los pastores de la Iglesia les corresponde la misión de anunciar el mensaje de manera oficial, pero a quien corresponde anunciarlo en medio de los diversos lugares del mundo es a los fieles laicos. El cura no está en una fábrica o en una empresa u oficina pública: los fieles laicos, sí. Y es allí donde deben los laicos poner su palabra específicamente cristiana: con sus acciones, actitudes y su palabra.



La vida de cada cristiano debe ser un evangelio abierto. El mensaje de Cristo debe ser algo familiar en la boca del fiel. La caridad debe ser un sello que distinga el día a día del seguidor de Cristo.



Eres ministro del Evangelio: desde el día de tu bautismo. Jesús confía en ti.



¡Que Jesús, el Rey de reyes y Señor de señores, nos bendiga hoy y siempre!

Comentarios

  1. Me parece un análisis muy completo, palabras muy valiosas que conducen a reflexionar sobre nuestra conducta ante la crisis y como Cristianos. Casualmente, tal vez no tan casual, coincidió en mucho con la homilía del párroco de Carayaca. Saludos y abrazos padre.

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