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Enseña el Maestro


Continúa este domingo la cátedra del Maestro y hemos de prestarle atención. En el pasaje del Evangelio de hoy la enseñanza del Maestro es específica y profunda.

Parte de la intención de la enseñanza de Jesús es la de purificar el mandato divino de añadiduras humanas. En múltiples ocasiones, el Maestro recrimina a los fariseos y a los escribas el que ellos dan más importancia a sus tradiciones que al mandato divino. Y efectivamente ese riesgo lo tenemos nosotros hoy: un buen número de cristianos cometen el error malvado de creer más “a lo que dice la gente” que al  mensaje de salvación que nos ha dejado el Maestro.

De hecho, el Maestro da la correcta interpretación al pasaje llamado “ley del talión”. El “ojo por ojo, diente por diente” era una norma por la que las autoridades del pueblo impartían la justicia para evitar la anarquía en Israel. Los israelitas la habían convertido en una excusa para la venganza. En ese particular el Maestro invita a superar cualquier rencor o resentimiento que pueda envenenar el alma y para ello se sirve de una imagen exagerada: “Si alguno te golpea en la mejilla derecha, preséntale también la izquierda; al que te quiera demandar en juicio para quitarle la túnica, cédele también el manto. Si alguno te obliga a caminar mil pasos en su servicio, camina con él dos mil”.

De igual manera, el Maestro purifica el mandato divino de las enseñanzas humanas. De hecho, el Maestro cita el “así dicen por ahí”: “Han oído ustedes que se dijo: Ama a tu prójimo y odia a tu enemigo”. La última parte es un añadido humano, porque, como escuchamos en la primera lectura, el Señor pedía santidad a su pueblo y para ello debían apartarse del mal: “Sean santos, porque yo, el Señor, soy santo. No odies a tu hermano ni en lo secreto de tu corazón. Trata de corregirlo, para que no cargues tú con su pecado. No te vengues ni guardes rencor a los hijos de tu pueblo. Ama a tu prójimo como a ti mismo”.

No cabe duda que la intensión del Señor es enseñarnos a mantener nuestra alma libre de cualquier veneno de rencor, venganza, odio, ira y resentimiento. Esos resentimientos son una carga muy pesada para cada uno. Suelo decir que guardar esos resentimientos es como cargar un morral de piedras en la espalda: no nos sirve para nada, nos cansa y nos enferma, y, de ñapa, no nos sirve para nada.

Todo creyente en Cristo Jesús debe hacer el esfuerzo por liberarse de esas ataduras, al mismo tiempo que pedir la sanación de las heridas que hayan podido dejar. Lo más sano es aprender “a pasar la página” para tener un corazón libre para amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a uno mismo.

El norte de nuestra vida es ser santos porque el Señor Jesús, nuestro Dios, es Santo.

Dios te bendiga.

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