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Dios nos llama y lo hacemos por Él



En el evangelio de la Santa Misa de hoy escuchamos las primeras llamadas a seguir al Señor. Dos pares de hermanos, para más señas. Y eso nos lleva, casi necesariamente, a reflexionar sobre la vocación al sacerdocio.
Los sacerdotes en el mundo no somos muchos. Somos casi 500.000 (para mil millones de católicos o siete mil millones de personas que vivimos en el mundo) y somos amados, ignorados y odiados. Amados por quienes reconocen que la fuerza de la acción que ellos realizan viene de Jesús, el Sumo y Eterno Sacerdote. Ignorados por un buen número de personas que les da igual quienes seamos. Odiados por razones ideológicas: no están de acuerdo con la religión, o por razones políticas, o porque la Iglesia se opone a un determinada ideología. ¡Y éstos hacen bulla!
El resultado de todo esto es que muchos jóvenes hoy no se plantean como proyecto de vida el ser sacerdotes. Y es una lástima. La vocación (cualquiera que ella sea) llena los anhelos de la vida. Un docente que lo hace por vocación, no obstante todas las contrariedades, se sentirá satisfecha de su vida. Lo mismo un médico. De manera más excelsa, un sacerdote y por una razón inmensa y sencilla: porque es Jesús quien nos llama y es a Jesús quien servimos.
A veces los que odian a los sacerdotes, con sus campañas de desprestigio, hacen turbar el ánimo. Les tachan injustamente de cosas que no han hecho y no reconocen las cosas buenas que hacen. No importa. La labor que realizan los sacerdotes (al igual que la labor de mamá en casa) no la hacen para recibir el aplauso de los hombres, sino el aplauso de Dios que es el que verdaderamente importa.
Nosotros como comunidad cristiana tenemos la obligación de no solo no denigrar la vocación al sacerdocio (o la vida religiosa) sino promoverla. La principal forma de promover la vocación al sacerdocio es orar: pedir al Señor que nunca falten a su Iglesia sacerdotes para la atención de los fieles; que el llamado del Señor encuentre corazones generosos que reciban su llamada. Otra manera de promover es plantear a los jóvenes el llamado del Señor: no tener ningún empacho de decir a los jóvenes que piensen que el Señor Jesús puede estar llamándoles a seguirle como lo hizo con Andrés y Pedro; al igual que lo hizo con Santiago y Juan.
¡Que nunca falten, Señor, sacerdotes a tu Iglesia!
¡Que el Sumo y Eterno sacerdote nos bendiga hoy y siempre!

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