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El amor de Dios y su perdón



Los fariseos y los maestros de la ley eran incapaces de abrir los ojos y entender los deseos y las intensiones de Dios; eran por tanto incapaces de alegrarse por la salvación del hombre. ¿Cómo pueden pretender ser maestro de las cosas de Dios sin entender su amor?
                Éste es el punto de partida en la vida del cristiano: el amor que Dios nos tiene. Somos obras de sus manos y Él nos procura todo bien. El mayor bien para quien cae es ayudarle a levantarse. El mayor bien para quien para quien actúa mal es enmendarse. El mayor bien para quien está arrepentido de su pecado es el perdón. Así es la manera de ser y actuar del Señor.
                Si no se entiende el amor de Dios a los hombres, es imposible vivir correctamente la vida cristiana.
                Es fácil juzgar a los demás y echarles en cara sus faltas, pero no es fácil entender cuál debe ser su propia relación para con ellos; cada cristiano tiene su parte de responsabilidad en lo que suceda con los que le rodean. Y esto debe hacer que nosotros, los creyentes, marquemos la diferencia.
                No es un buen cristiano quien se queda mudo ante el mal, es buen cristiano el que corrige para apartar de otros el mal camino. No es buen cristiano quien hace de su vida el principio de no meterse en la vida de los demás para no decir a otros lo mal que actúan; es buen cristiano quien enseña el bien aún cuando nos acompañe la certeza de que poca atención nos prestarán.
                Dios no separa de sí a los pecadores, sino que pone todos los medios para que éstos se encuentren con Él porque en el cielo habrá más alegría por un pecador que se arrepiente, que por noventa y nueve justos, que no necesitan arrepentirse. Quizá la imagen más elocuente del amor de Dios por los hombres es la del pastor que se alegra por el encuentro de la oveja perdida: una vez que la encuentra, la carga sobre sus hombros, lleno de alegría.
                Lo que Dios busca en el hombre es su disposición de cambiar, de convertirse. Esta misma idea aparece en la parábola de la moneda perdida. El Señor se alegra por los pecadores que se arrepienten, no por los que se sienten en el derecho de reclamarle algo por el bien que realizan. San Pablo anuncia con alegría que Jesús le perdonó. Igual nosotros debemos anunciarlo con alegría. ¡Que Jesús nos bendiga!

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