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El peor pecado...



Dice la Sagrada Escritura que el pecado que no se perdona es el pecado contra el Espíritu Santo (Lc 12, 10). Este pecado consiste en negarse a aceptar la salvación por la decisión de no arrepentirse de los propios pecados.

Muy cerca de esa decisión está quién no reconoce que sus acciones son pecados, que son actos que se alejan de la Voluntad de Dios. Y ése, según la enseñanza de los Santos Padres, es el peor pecado de nuestro tiempo.

En el Evangelio escuchamos la parábola del “hijo pródigo”. Vemos dos actitudes, la del hijo menor y la del hijo mayor. Una y otra son actitudes que debemos evitar.


El hijo menor no se da cuenta de la maldad de su decisión: pide al papá la parte de su herencia y la malgasta en rumbas, en fiestas, tal vez creyéndose “rey del mundo” por tener dinero en el bolsillo. Finalmente llegó el momento temido: no hay más dinero. Consecuencia lógica: necesidad.

En esa encrucijada el hijo menor tenía dos opciones: o seguir hundiéndose o recapacitar y volver a hacer las cosas bien. Intentó lo primero: quería saciar el hambre con la comida de los cochinos pero no lo dejaban (lógico: podía morirse). Hasta que recapacitó: con su papá, sin duda alguna, estaría mejor, e inició el camino de vuelta a la casa de su papá.

La única manera en que una persona reconozca su propio pecado es siendo dócil y teniendo actitud de escucha a la gracia de Dios. Descalificar a quienes se dirigen a mí en actitud de corrección significa no querer cambiar. Sin actitud de escucha y sin docilidad a Dios, no es posible cambiar.

La otra actitud es la del hermano mayor: niega la posibilidad de conversión a su hermano o la posibilidad de perdonar de su padre: “eso sí, viene ese hijo tuyo, que despilfarró tus bienes con malas mujeres, y tú mandas matar el becerro gordo”. Dios no niega la posibilidad de conversión a ninguno: hasta el chico más malvado puede cambiar su vida. Si Dios no lo hace, tampoco debemos hacerlo nosotros. Una persona que quiere cambiar de vida, que hace su esfuerzo por querer cambiar, merece ser recibida por todos en la comunidad cristiana, sin descalificarlo por su pasado: después del perdón divino, el pasado para Dios no existe.

Aprendamos de las actitudes de los dos hermanos.

Dios te bendiga.

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