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La diversidad en el testimonio



En las lecturas de hoy encontramos dos situaciones muy similares. Josué le pide a Moisés que prohíba a Eldad y Medad que profeticen, y Juan dice a Jesús que prohibieron a una persona expulsar demonios en nombre del Señor. En ambos casos, la respuesta fue un no razonado.
Moisés invita a Josué a purificar las intensiones: No se va aponer celoso, antes bien, expresa el deseo de “ojalá que todo el pueblo de Dios fuera profeta y descendiera sobre todos ellos el espíritu del Señor”. Jesús le dice a Juan: “No se lo prohíban, porque no hay ninguno que haga milagros en mi nombre, que luego sea capaz de hablar mal de mí”.
Todos estamos llamados a dar nuestro testimonio como creyentes. Ahora, no todos estamos llamados a hacerlo del mismo modo. En la Iglesia, el Espíritu Santo ha suscitado diversidad de modos, no solo como sacerdote o religioso, sino en una multiplicidad de caminos de espiritualidad.
En cualquier caso, el discípulo de Cristo debe ser consciente de que no debe ser ocasión de pecado para el Pueblo de Dios. Esa ocasión de pecado no solo es por comisión, sino por omisión o por un testimonio. Se puede inducir a otro a pecar cometiendo pecado con ese otro o motivándolo a que lo haga. Se puede inducir a otro a pecar cuando no se corrige o se guarda silencio ante el mal (omisión). Se puede inducir a otro al pecado cuando la conducta pecaminosa de uno es un mal ejemplo para los demás.
Las palabras del Señor en el Evangelio de la Misa de hoy son una invitación a considerar la actitud del discípulo de Cristo de una enemistad radical con el pecado. Ése es el norte: no ofender a Dios y no hacer que los demás ofendan al Señor.

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