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La Epifanía del Señor


Generalmente celebramos la Epifanía como el Día de los reyes. Tiene cierta lógica, ya que se recuerda el encuentro de los Reyes Magos que visitaron a Jesús en Belén, guiados por la estrella. Sin embargo, tal como lo traduce el término “epifanía”, es más bien una fiesta que habla de la luz resplandeciente de la salvación, manifestada en el Niño nacido en Belén. Por otra parte, “epifanía” era el término técnico para indicar la presentación en público del heredero al trono, es decir el nuevo Rey de una nación. Y se hacía con todo esplendor, para garantizar que habría un sucesor para el rey gobernante.

En la liturgia, se eligió este término para afirmar la presentación en público del Mesías-Rey a los reyes de la tierra, representados en aquellos reyes magos venidos del Oriente.
Ellos le presentan algunos dones, y así, el Mesías es reconocido por los pueblos que no creían en Yahvé. Antes había sido presentado a los pastores que recordaban al pueblo de Israel. Con la epifanía, se cierra el ciclo de la presentación tanto al pueblo como a las naciones extranjeras: el Mesías ha venido para toda la humanidad.

La forma de presentación del Mesías es una nueva y decidida manifestación de la Luz de la salvación. Así lo deja ver el profeta cuando indicaba que el pueblo que andaba en tinieblas vio una gran luz. Por otra parte, Isaías le hace una invitación a Jerusalén: que se levante porque ha llegado su luz y la gloria del señor le rodea. Con esa luz resplandeciente, Jerusalén puede ver la universalidad del Mesías salvador: “Levanta los ojos y mira alrededor: todos se reúnen y viene hacia ti…”

La luz es también la revelación de Dios para su gente. Con ella se comprueba la distribución de la gracia de Dios para todos. Ahora, con la presencia del Mesías, sencillamente, se terminan de cumplir las profecías de los antiguos, y el Espíritu Santo fortalece la mente y el corazón de los que van a recibir la acción salvífica del Mesías. Por eso, todo es luz. Así la epifanía, fiesta de la presentación en público del Mesías, es una fiesta de luz. No la de las candelas que se pueden consumir, sino la de esa luz que comienza a brillar en la historia de la humanidad y que, lejos de apagarse, brillará desde entonces hasta la plenitud definitiva de los tiempos.

La  luz  de  Dios  brilla  desde  la  pequeñez  de Belén, para hacerse poderosamente esplendorosa en todo el universo habitado. Con los magos de Oriente se garantiza que esa luz llegará a toda la humanidad. Los dones de los reyes al Mesías, viene entonces a significar la sintonía de todos con la luz de la salvación. San Pablo, años después, se referirá a la luz de la salvación originada en Cristo como una fuerza transformadora: los seguidores de Cristo llegan a ser “hijos de la luz”… y todo por haber pasado de las tinieblas a la luz.

Epifanía: fiesta de la luz que debe ser celebrada con el compromiso de hacerla brillar desde nuestras vidas, desde nuestras comunidades, desde nuestra Iglesia, reconocida también como la luz de las naciones. Nos corresponde a todos los seguidores de Jesús ponerla en alto para que lleguen sus rayos a toda la humanidad. Con esa luz se disiparán las tinieblas del pecado y del relativismo ético… Esa es la luz de la estrella que siguieron los magos y con ellos, entonces, podremos decir: “Hemos venido a adorar al Señor”.

+Mario Moronta R., Obispo de San Cristóbal

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