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Fieles a lo que hemos recibido

En la primera lectura, Yahweh promete a Israel, por boca de Moisés, un profeta que dirigirá al Pueblo tal como lo ha hecho él. Esa profecía se cumple en Nuestro Señor de quien escuchamos en el Evangelio “enseñaba como quien tiene autoridad”.

La promesa de Yahweh contiene también la presencia de otros profetas que, de igual manera tienen la obligación de llevar el mensaje del Dios Único y Verdadero. A ellos se les pide fidelidad: hacer llevar lo que Dios le manda, y no decir cosas diferentes en nombre de Dios: “el profeta que se atreva a decir en mi nombre lo que yo no le haya mandado, o hable en nombre de otros dioses, será reo de muerte”.
 
Todos nosotros, por el solo hecho de haber recibido el bautismo, hemos sido constituidos “sacerdotes, profetas y reyes”. Cada uno de nosotros tiene la obligación de transmitir lo que hemos recibido de Dios y de sus ministros, cada cual según su condición y según la vocación a la que ha sido llamado.
 
Una mayor responsabilidad recae sin duda en los sacerdotes y ministros de la Iglesia quienes tienen como una de sus misiones principales enseñar al Pueblo de Dios. Por esa razón, los sacerdotes deben estar en formación permanente. Siempre cabe la tentación de decir que ya lo sabemos todo, pero, en realidad la riqueza del Mensaje de Dios es inabarcable. Por eso es importante rezar por los sacerdotes y ministros de la Iglesia para que siempre presenten las riquezas siempre nuevas del Evangelio.
 
Los fieles laicos también tienen la obligación de llevar el mensaje del Evangelio en las circunstancias particulares en la que viven, sin dejar que se desvirtúe en el día a día. Hoy ese papel tiene una importancia particular. Al estar en contacto más directo con los demás fieles pueden proporcionarle una  orientación más concreta. Esta misión es vital para la Iglesia.
 
La autoridad que nos acompañará será la integridad de vida y la fidelidad a lo que el Señor nos enseña. No hace falta más. Si crees y practicas lo que el Señor quiere para nuestra salvación, tendrás el mejor aval: tu testimonio que acompañará a tus palabras. Eso requiere que estemos atentos a lo que el Señor quiere y la Iglesia enseña, en otras palabras la actitud que respondimos al salmo responsorial: “Señor, que no seamos sordos a tu voz”.
 
Que Dios te bendiga.

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