Ir al contenido principal

La Plenitud de todo anhelo

Este pasaje que narra el  encuentro de Jesús con una mujer de Samaría, es uno de los más profundos desde el punto de vista humano y espiritual. La Samaritana es una mujer con buenos sentimientos pero por diversos motivos ha llevado una vida algo dispersa, tanto que llevaba una vida en concubinato y tenía el corazón lleno de una rivalidad histórica: guardaban un rencor a los judíos.

El hecho de que esta mujer viviera esta vida tan difícil no fue un obstáculo para un encuentro con Jesús que cambia la vida. Notemos que el diálogo no comienza hablando directamente de la conversión y el cambio de vida sino con un hecho perfectamente humano: “Dame agua”. De esa situación, el Señor pasa a lo más noble y sublime: “el que beba del agua que yo le daré, nunca más tendrá sed”. De ahí en adelante fue una experiencia de Dios que fue compartida con los otros vecinos. Tal era el encanto que le rogaron que se quedara con ellos.

Hay que reconocer algo en la Samaritana: tiene el corazón abierto para nuestro Señor: si Él toca, ella le deja entrar, si Él llama, ella atiende. Presta atención a las palabras de Jesús. El Señor pasa de la sed de agua, a la satisfacción de todos los anhelos: “el agua que yo le daré se convertirá dentro de él en un manantial capaz de dar la vida eterna”.

Ya después no se habla del agua, de la sed que se padece, ni de otra cosa. Se convierte en un escuchar y meditar las palabras del Señor. Todos están convencidos: “sabemos que él es, de veras, el salvador del mundo”.

Solo en Jesús se obtiene la plenitud de todos los anhelos. Cuando se pone la fe y la confianza en Él se obtiene la respuesta a todas las situaciones, aunque no siempre de manera inmediata. Sólo hemos de prestar atención a Jesús y a su mensaje, y encaminar los pasos de nuestra vida según su voluntad. No debemos rehuir a Jesús, sino prestar atención como lo hicieron la Samaritana y sus vecinos, dejando de lado todas los prejuicios.

Al inicio de la cuaresma hablábamos que este tiempo debe estar enriquecido con la oración, la penitencia y la limosna. Una forma de orar es meditar, es decir, prestar atención a los hechos de nuestra vida e iluminarlos desde el mensaje de Jesús, o también desde la Palabra del Señor reflexionar sobre las consecuencias para nuestra vida.

Para esto hace falta tiempo. Revisa tu día y dedica un tiempo todos los días para hablar con Dios y para meditar. Y mantente firme.

Comentarios

Entradas populares de este blog

“Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu” (Lc 23, 46)

1) Composición de lugar             El Señor está consciente de que su hora de morir ha llegado. 2) Confianza y abandono La oración de Jesús, en este momento de sufrimiento —« Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu »— es un fuerte grito de confianza extrema y total en Dios. Esta oración expresa la plena consciencia de no haber sido abandonado.

¿Qué nos enseña el pasaje de la resurrección de Lázaro?

1) Lo que esperamos obtener de Dios no siempre es lo mejor para nuestra vida . Más de una vez nos habremos dirigido al Señor pidiéndole algo seguramente importante. Y más de una vez el Señor no nos concedió lo que le pedimos. Sin embargo, no nos debe quedar la menor duda de que lo que ocurrió redundará siempre en nuestro bien, aunque en el momento no lo entendamos o no lo veamos con claridad. Marta y María le mandan a avisar a Jesús que Lázaro está muy mal. Jesús no responde inmediatamente. Finalmente, Lázaro fallece. Cuando Jesús se hace presente, Marta le dice: “Si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano”. Marta esperaba que el Señor sanase a su hermano, pero no imaginó nunca que fue lo mejor que pudo pasar, porque con ello dio una muestra fuerte de su poder y su hermano volvió a la vida. 2) La verdadera vida está en Jesucristo . Hoy el término “vida” está relacionado más con el desorden y el placer. Y eso no es vida. La verdadera vida es la comunión de vida y a

¿Cómo actúa el Espíritu Santo en nosotros y en la Iglesia?

Es una pregunta interesante. No responderla implica el repetir hasta la saciedad que el Espíritu Santo actúa en nosotros y no tener idea de qué estamos hablando. Básicamente, el Espíritu Santo actúa ordinariamente de dos modos. Primero : El Espíritu Santo nos concede la misma vida de Dios. En los sacramentos, nosotros recibimos la gracia santificante. Esto quiere decir que recibimos la condición de hijos de Dios en el bautismo y, mientras tengamos la intensión de vivir según la Voluntad de Dios (eso es vivir en santidad) conservaremos esa amistad con Dios. Si por debilidad, descuido, pereza o maldad perdemos la gracia de Dios, el Espíritu Santo nos concede el perdón por el sacramento de la confesión. El Espíritu Santo hace posible nuestra vinculación con la familia de los hijos de Dios. Segundo : Con sus dones. En la tradición bíblica y en la tradición cristiana católica se identifican siete dones del Espíritu Santo: sabiduría, inteligencia, consejo, fortaleza, ciencia, pieda