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No son solo palabras bonitas

Dice el Catecismo de la Iglesia Católica: “El Decálogo, el Sermón de la Montaña y la catequesis apostólica nos describen los caminos que conducen al Reino de los Cielos. Por ellos avanzamos paso a paso mediante los actos de cada día, sostenidos por la gracia del Espíritu Santo. Fecundados por la Palabra de Cristo, damos lentamente frutos en la Iglesia para la gloria de Dios” (n° 1724).
Las Bienaventuranzas, que son una parte de lo que se conoce como el “Sermón de la Montaña” son un proyecto de vida y no una colección de frases bonitas que los políticos dicen de cuando en cuando en un discurso para rellenar y decir que lo están haciendo de maravilla. Hagamos una reflexión rápida de cada una de las bienaventuranzas.
Dichosos los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los cielos”
La pobreza no es la carencia de bienes materiales o de dinero, sino el vivir desprendidos de él. No pueden ser felices quienes todo lo miden por dinero, o los que piensan que la felicidad es tener muchas cosas, o tener mucho dinero, o gastar en cualquier cantidad de cosas vanas. No vale más quien más tiene sino quien vive con rectitud y con los valores de Cristo.
“Dichosos los que lloran, porque serán consolados” “Dichosos los sufridos, porque heredarán la tierra”
Todas aquellas personas que confiando en el Señor Jesús han sabido permanecer firmes en la adversidad, especialmente ante el mal causado injustamente por otros, recibirán el premio a su esperanza. Confiar en Jesús no es estar de brazos cruzados, sino hacer lo que se debe hacer sabiendo que lo que no podamos hacer nosotros lo hará Jesús.
 “Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados”
La justicia en un sentido doble: como santidad y como equidad. En la Sagrada Escritura, ser justo (como San José) era llevar una vida según los dictámenes del Señor. Es lo que llamaríamos hoy llevar una vida en santidad, con sus altas y con sus bajas. La equidad o el dar a cada quien lo que se merece o le corresponde. Somos seres sociales y presenciamos a nuestro alrededor múltiples acciones, algunas justas, otras no. Es una obligación hacer que la justicia se respete. Todos aquellos que deseen vivir en santidad y en un mundo donde reine la justicia, obtendrán de Jesús el cumplimiento de ese anhelo.
“Dichosos los misericordiosos, porque obtendrán misericordia”
No es otra cosa que lo que decimos en el Padre Nuestro. Jesús nos ha enseñado que el perdón divino lo obtendremos en la medida en que nosotros hagamos lo mismo con nuestros hermanos.
“Dichosos los limpios de corazón, porque verán a Dios”
Los malos pensamientos y deseos son un veneno para el corazón. Condicionan nuestro actuar. Una persona que solo piensa en sexo, verá a los demás como objetos sexuales; una persona que piensa que los demás son tracaleros, verá a los demás como tal. Lo peor es que las personas que se dejan envenenar el corazón de esa manera, no son felices en esta vida, y tampoco lo serán en la futura porque no alcanzarán el cielo.

“Dichosos los que trabajan por la paz, porque se les llamará hijos de Dios”
 
La paz es la tranquilidad que da el orden. Quien hace sus mejores esfuerzos para que no haya rivalidades, venganzas, odios recibe la bendición del Señor: son sus hijos.
“Dichosos los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los cielos” “Dichosos serán ustedes cuando los injurien, los persigan y digan cosas falsas de ustedes por causa mía. Alégrense y salten de contento, porque su premio será grande en los cielos.
Luchar por la santidad y por la equidad no es una actitud que agrade a todos. Seguramente recibirán críticas y amenazas. Los que siguiendo el mandato de Cristo serán criticados por cualquier cosa, sea real o no. Si esos que nos critican fueran cristianos verdaderos, nos corregirían como hermanos. Ante las críticas y las amenazas: manténganse firmes y recibirán el premio prometido por Jesucristo.

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