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El Bautismo del Señor

La solemnidad del Bautismo del Señor nos recuerda varias cosas:

1) Marca el inicio de su vida pública: Todos los pasajes de los Evangelios hablan del testimonio de la Santísima Trinidad en ese momento. Todos afirman que después de ese hecho, se marchó cuarenta días al desierto y luego comenzó a predicar.


2) La solidaridad de Jesús con los hombres: Juan el Bautista, preparando al pueblo de Israel para la aparición próxima del Salvador, invitaba a todos a reconocer sus propios pecados, a arrepentirse, a cambiar de vida. Como un símbolo de ese arrepentimiento y conversión, Juan los invitaba a bautizarse como una señal de que se quiere dejar atrás todo lo “sucio” de la vida anterior. Jesús no necesitaba ningún arrepentimiento ni conversión. ¿Por qué, entonces, Jesús se acerca a recibir el bautismo de Juan? El mismo Bautista lo objeta, pero Jesús le recuerda que hay que cumplir la Voluntad de Dios. Jesús se acerca a bautizarse porque se hizo y quiere hacerse semejante en todo a nosotros menos en el pecado (Heb 4, 15). Jesús se hace solidario con toda la familia humana. Es uno de nosotros.

3) Nos recuerda nuestro propio bautismo: Es cierto que el bautismo de Juan no es el sacramento del bautismo instituido por Nuestro Señor Jesucristo. Sin embargo hay muchos elementos comunes que nos recuerdan nuestra condición de bautizados en Cristo:

a) El bautismo implica una renuncia al pecado. De hecho, las promesas bautismales comienzan con las renuncias a Satanás y al pecado. En el bautismo de los adultos se les invita a manifestar públicamente el arrepentimiento. Todo cristiano debe recordar periódicamente este hecho: con el bautismo, yo renuncié al pecado y al mal. San Pablo usaba la distinción el hombre viejo – el hombre nuevo en Cristo Jesús.

b) La presencia de la vida de la Santísima Trinidad en nosotros. En el relato evangélico escuchamos como se manifestó la Santísima Trinidad en el momento del bautismo de Cristo. De igual manera, pero sin la majestuosidad del relato, cuando somos bautizados comienza a habitar en nuestra alma la Santísima Trinidad. De hecho, no podemos olvidar que el sacerdote nos bautizó en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

c) Nuestro bautismo marca el inicio de nuestra vida pública. Es la consecuencia de la renuncia al mal camino y de la vida de la Santísima Trinidad en nosotros. Estamos llamados a llevar una vida según el mensaje de Cristo Jesús y mostrarlo así a los demás. San Pablo y San Juan se los recordaba a los primeros cristianos: “Dejemos, pues, las obras propias de la oscuridad y revistámonos de una coraza de luz. Comportémonos con decencia, como a plena luz: nada de banquetes y borracheras, nada de lujuria y vicios, nada de pleitos y envidias. Más bien revístanse del Señor Jesucristo, y no se dejen arrastrar por la carne para satisfacer sus deseos” (Rom 13, 12 – 14) “Todo el que cree que Jesús es el Mesías ha nacido de Dios. Si amamos al que da la vida, amamos también a quienes han nacido de él; y por eso, cuando amamos a Dios y cumplimos sus mandatos, con toda certeza sabemos que amamos a los hijos de Dios. Amar a Dios es guardar sus mandatos, y sus mandatos no son una carga” (1Jn 5, 1-3)

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