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Perseverar en la oración

Hoy las lecturas de la Misa nos invitan a considerar una parte indispensable y necesaria de nuestra vida cristiana: nuestra vida de oración.


En el Evangelio encontramos de manera clara la indicación del Señor de que es preciso orar siempre y sin desfallecer. Y eso es una obligación de la que debemos examinarnos siempre y su omisión resulta un pecado del que deberíamos acusarnos en la confesión.

Antes de continuar con nuestra reflexión, debemos dejar en claro qué es la oración. Cito el catecismo de la Iglesia Católica:
«Para mí, la oración es un impulso del corazón, una sencilla mirada lanzada hacia el cielo, un grito de reconocimiento y de amor tanto desde dentro de la prueba como en la alegría (Santa Teresa del Niño Jesús)».
Sobre la importancia de la oración en la vida cristiana, dice el Catecismo de la Iglesia Católica:

“Los actos de fe, esperanza y caridad que ordena el primer mandamiento se realizan en la oración. La elevación del espíritu hacia Dios es una expresión de nuestra adoración a Dios: oración de alabanza y de acción de gracias, de intercesión y de súplica. La oración es una condición indispensable para poder obedecer los mandamientos de Dios. “Es preciso orar siempre sin desfallecer” (Lc 18, 1). [n° 2098]
Por esta razón omitir la oración en la vida nuestra es poner en peligro cumplir los mandamientos del Señor: La oración es una condición indispensable para poder obedecer los mandamientos de Dios.

Por otra parte, sería un error grave de parte nuestra pensar que la única manera de hacer oración es la recitación de oraciones vocales. Son necesarias, pero no son las únicas. De hecho, podemos elevar el alma a Dios en alabanza, en acción de gracias, intercediendo o suplicando. Dependerá de las circunstancias y de nuestra elección en un momento determinado. No se debe olvidar la fuente privilegiada de oración: la Sagrada Escritura. De hecho, hoy San Pablo nos lo recuerda.

Los cristianos deben ser perseverantes en la oración en dos sentidos:

1) No dejar la oración por ninguna razón. Es una enseñanza clara del Señor. La experiencia enseña que posponer la oración es facilísimo, y una vez pospuesta, olvidarla es muchísimo más fácil aún. Un consejo de larga y venerada tradición: escoger una hora fija todos los días para dedicarlo a la oración.

2) En las peticiones que hacemos al Señor, no debemos desanimarnos. Si lo que pedimos es bueno, honesto y provechoso, debemos mantenernos firmes en la esperanza. Si el Buen Dios no lo concede, es porque no nos conviene, nos quiere probar en la fe y la esperanza, o nos tiene preparado algo mejor.

En cualquier caso: Sin la oración diaria no podremos decir jamás que somos buenos cristianos, sin la oración no podremos cumplir debidamente la Voluntad de Dios, sin la oración no podremos permanecer en la amistad con Jesús, sin la oración no podremos tener fe.

¡Oremos siempre y sin desfallecer!

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