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Cuando nuestra vida adquiere sentido

Una de las grandes inquietudes de la humanidad es la búsqueda de sentido a la propia vida. Eso ha dado lugar a un sin fin de movimientos ideológicos que tratan de ofrecer “algo” para que la vida de muchos no sea vacía.

El mayor problema de eso es que no es suficiente. Pertenecer a algún movimiento puede hacer salir del hastío a una persona por un tiempo, pero no de manera indefinida. Entonces comienza a buscar nuevos movimientos, encuentra uno, se harta y recomienza la búsqueda. Ya San Agustín, en sus Confesiones, narraba esa experiencia.

Solo la fe en Cristo y su mensaje da un sentido completo a la vida de todo hombre. No en balde se ha dicho que la Santísima Trinidad es el misterio central de nuestra fe. Y lo es.

Las lecturas de la Santa Misa de hoy nos enseñan como la Santísima Trinidad nos ayudan a comprender nuestra vida.

En la primera lectura (Dt. 4,32-34.39-40) Moisés invita al pueblo a mirar atrás y reconocer todas y cada una de las intervenciones que ha hecho el Señor a lo largo de nuestra vida, que a pesar de nuestras terquedades, ha mostrado su amor y su grandeza con nosotros. Por eso, invita (también a nosotros hoy): “Reconoce, pues, hoy y medita en tu corazón, que el Señor es el único Dios, allá arriba en el cielo, y aquí abajo en la tierra; no hay otro. Guarda los preceptos y mandamientos que yo te prescribo hoy, para que seas feliz, tú y tus hijos” (Dt 4, 39 – 40).

En la segunda lectura (Rom 8, 14 - 17), San Pablo nos recuerda que nuestra vida se desarrolla en medio de la Santísima Trinidad: somos hijos de Dios (Dios es Padre) coherederos con Cristo (somos sus hermanos) guiados por el Espíritu Santo. Nuestro presente, nuestro hoy es éste: Somos hijos de Dios, hermanos de Cristo Jesús, guiados por el Espíritu Santo. Reconocerlo, aceptarlo y vivirlo es santidad.

En el Evangelio (Mt.  28,16-20) escuchamos el mandato de Cristo: debemos anunciar a los demás a Jesús, su señorío, y enseñarles a vivir como sus discípulos. Sobre todo, todo creyente debe tener la certeza de que el Señor Jesús va a estar con nosotros siempre. ¡Nunca nos va a abandonar!

Entonces, nuestra vida tiene sentido. Caminamos con el amor del Padre, en compañía de Jesucristo con la guía del Espíritu Santo. Y eso nos basta.

Que Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo nos bendiga hoy y siempre.

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