Ir al contenido principal

José, hombre de fe

 La fe, dice la carta a los Hebreos, es “la garantía de las cosas que se esperan, la prueba de aquellas cosas que no se ven” (Heb 11, 1). En el diálogo de la vida entre Dios y cada uno va naciendo en el corazón la certeza de que Dios es el bien más grande, que me ama porque lo ha demostrado en múltiples cosas de mi vida y que adherirse a Él da un significado completo a la vida. De ese modo, yo me fío de Dios, pero no lo hago ciegamente: he constatado su acción en mi vida.

Por eso, el hombre de fe confía en Dios: Abrahán, Moisés, los profetas… y también José.

En los evangelios podemos leer una serie de avatares que pasó José. Y en ninguna de esas ocasiones veremos a José despotricando contra Dios o renunciando a lo que pide. Simplemente se ve a José poniendo en práctica lo que se conoce como “la obediencia de la fe”: confiar plenamente en Dios.

El hombre de fe sabe que todo lo que ocurre en la vida nuestra —bueno o malo— entra en un plan de la Divina Providencia por el que todo va a redundar para el bien de los que aman a Dios (Rom 8, 28). Por eso, todo encuentra una explicación en el Señor. Hasta los sufrimientos presentes no pueden compararse con la gloria que ha de manifestarse en nosotros (Rom 8, 18).

José, como cualquiera de nosotros, experimentó la adversidad: el oprobio, la emigración, la persecución, el cansancio, el miedo… También experimentó alegrías y gozos: su matrimonio con María, el nacimiento de Jesús y los prodigios que ocurrieron, el reconocimiento como artesano…

José vivió como cualquiera de nosotros. Pero era un hombre de fe: confiaba en Dios. Por eso es un modelo para nosotros: pongamos nuestra vida en Dios y abramos el corazón a una experiencia renovadora. Y, sobre todo, hagamos como él: tengamos un trato frecuente y confiado con Jesús y María. 

Y no menos importante: participemos en la liturgia con interés. En los Evangelios leemos cómo José (con María y Jesús) cumplían sus deberes religiosos: iban al Templo de Jerusalén y cumplían con los demás preceptos que estaban en la Ley de Moisés.

En José tenemos un modelo para vivir la santidad hoy. San José, ruega por nosotros.


Comentarios

Entradas populares de este blog

“Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu” (Lc 23, 46)

1) Composición de lugar             El Señor está consciente de que su hora de morir ha llegado. 2) Confianza y abandono La oración de Jesús, en este momento de sufrimiento —« Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu »— es un fuerte grito de confianza extrema y total en Dios. Esta oración expresa la plena consciencia de no haber sido abandonado.

¿Qué nos enseña el pasaje de la resurrección de Lázaro?

1) Lo que esperamos obtener de Dios no siempre es lo mejor para nuestra vida . Más de una vez nos habremos dirigido al Señor pidiéndole algo seguramente importante. Y más de una vez el Señor no nos concedió lo que le pedimos. Sin embargo, no nos debe quedar la menor duda de que lo que ocurrió redundará siempre en nuestro bien, aunque en el momento no lo entendamos o no lo veamos con claridad. Marta y María le mandan a avisar a Jesús que Lázaro está muy mal. Jesús no responde inmediatamente. Finalmente, Lázaro fallece. Cuando Jesús se hace presente, Marta le dice: “Si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano”. Marta esperaba que el Señor sanase a su hermano, pero no imaginó nunca que fue lo mejor que pudo pasar, porque con ello dio una muestra fuerte de su poder y su hermano volvió a la vida. 2) La verdadera vida está en Jesucristo . Hoy el término “vida” está relacionado más con el desorden y el placer. Y eso no es vida. La verdadera vida es la comunión de vida y a

¿Cómo actúa el Espíritu Santo en nosotros y en la Iglesia?

Es una pregunta interesante. No responderla implica el repetir hasta la saciedad que el Espíritu Santo actúa en nosotros y no tener idea de qué estamos hablando. Básicamente, el Espíritu Santo actúa ordinariamente de dos modos. Primero : El Espíritu Santo nos concede la misma vida de Dios. En los sacramentos, nosotros recibimos la gracia santificante. Esto quiere decir que recibimos la condición de hijos de Dios en el bautismo y, mientras tengamos la intensión de vivir según la Voluntad de Dios (eso es vivir en santidad) conservaremos esa amistad con Dios. Si por debilidad, descuido, pereza o maldad perdemos la gracia de Dios, el Espíritu Santo nos concede el perdón por el sacramento de la confesión. El Espíritu Santo hace posible nuestra vinculación con la familia de los hijos de Dios. Segundo : Con sus dones. En la tradición bíblica y en la tradición cristiana católica se identifican siete dones del Espíritu Santo: sabiduría, inteligencia, consejo, fortaleza, ciencia, pieda