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La ceguera


Las lecturas de este domingo nos regalan la oportunidad de reflexionar sobre un peligro que puede afectar nuestra vida espiritual.
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El Evangelio (Jn 9, 1 – 38) nos habla de dos tipos de ceguera. Una, la ceguera física, otra, la ceguera espiritual. Una la sufre el ciego, que físicamente le impide ver las cosas. La condición del ciego le hace reconocer que solo puede valerse poco, y necesita la ayuda de los demás. Por eso, pedía limosna (v. 8). El otro tipo de ceguera la sufren otros personajes del Evangelio.
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Esa ceguera espiritual consiste en no querer ver: por orgullo, por aceptar como verdadero lo que algunos dicen en lugar de Dios, por cerrar el corazón a Jesús, por dejarnos llevar por las apariencias.
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Los fariseos eran muy orgullosos, lo que les llevaba a cerrar el corazón. Se dejan llevar por criterios que no son los que Dios les había enseñado. En lugar de reconocer que Dios se hallaba en medio de su pueblo, hacen todo lo posible por denigrar a Jesús: «Este hombre no viene de Dios, porque no guarda el sábado.» (v. 16) «Nosotros sabemos que ese hombre es un pecador» (v. 24). Y no solo eso, sino que denigran al ciego por dar testimonio: «Empecatado naciste tú de pies a cabeza, ¿y nos vas a dar lecciones a nosotros?» (v. 34).
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También la ceguera espiritual puede tener su origen en dejarnos llevar por las apariencias. En la primera lectura de nuestra Misa (1Sam 16, 1 – 13), el Señor le reclama a Samuel al dejarse llevar por la apariencia del hijo mayor de Jesé: «No te fijes en las apariencias ni en su buena estatura. Lo rechazo. Porque Dios no ve como los hombres, que ven la apariencia; el Señor ve el corazón.».
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También, la ceguera espiritual puede tener su origen en los prejuicios, que hunden sus raíces en aceptar lo que otras personas han enseñado en lugar de lo que nos ha enseñado Dios. El relato del Evangelio comienza con la pregunta de los discípulos: «Maestro, ¿quién pecó, él o sus padres para que haya nacido ciego?» (v. 2) Los discípulos habían aceptado pacíficamente que la ceguera era consecuencia del pecado de sus padres o del mismo ciego.
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La ceguera espiritual es un mal que puede afectarnos a todos. En algún momento (o en muchos) de nuestra vida podemos dejar que el orgullo, los prejuicios o por dejarnos llevar por las apariencias en lugar de dejarnos guiar por la luz de Cristo. Como el ciego, reconozcamos que no podemos solos, que necesitamos ayuda -la de Jesús- y que en todas las circunstancias de nuestra vida hemos de poner nuestra fe, nuestra esperanza y nuestro amor en Jesús. Seremos criticados, denigrados y hasta rechazados, como el ciego, pero la respuesta a todo la encontraremos en Jesús. Entonces podremos decir como el ciego: Creo, Señor.
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Que Dios nos bendiga y nos libre de todo mal.

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