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¡Gracias!

De ordinario, cuando nos piden un favor y lo hacemos, esperamos escuchar un “gracias”. De no ocurrir, nuestro ánimo se exalta, en otras palabras, nos da rabia el que no nos hayan dado las “gracias”. De hecho, hay un refrán que dice: “es de hijos bien nacidos ser agradecidos”.
En la primera lectura se alaba la actitud de Naamán que, aún no perteneciendo al Pueblo de Israel, se muestra agradecido ante el favor que recibió de Yahveh. En el Evangelio, en cambio, el Señor repudia el que, de diez que recibieron un favor de Él, sólo uno (que pertenecía a un pueblo que se había separado de Israel) se acercó para agradecerle la curación de la lepra.
Una de las razones podría ser el que estaban “acostumbrados”: veían al Señor caminando, predicando y haciendo milagros. Esperaban que hicieran lo mismo con ellos. Una vez recibido el favor, se consideraron satisfechos. No estimaron necesario el agradecer a Jesús el que les haya curado la lepra.
Este defecto ocurre con frecuencia con nosotros. De hecho, hasta en familia ocurre con frecuencia que pedir las cosas “por favor” y dar las “gracias” ha ido desapareciendo paulatinamente. Es algo que hay que corregir.
Con Dios suele suceder con más frecuencia: no le agradecemos todos los pequeños y grandes beneficios que nos concede cada día, desde darnos el don de la vida hasta los grandes favores.
Prácticamente, desde el inicio de la Iglesia, los cristianos hemos tenido una serie de prácticas que enriquecen la vida diaria de los fieles: dar gracias a Dios al inicio del día por concedernos el don de la vida, agradecer en la noche por los beneficios que nos ha concedido, y tal vez el más llamativo: dar gracias a Dios por los alimentos que recibimos cada día. Desafortunadamente, por miedo, por “vergüenza” o por “el que dirán” todas estas prácticas de la vida cristiana se han ido perdiendo y no está bien. Esto es ir perdiendo nuestra identidad de cristianos.
Pregúntate si has agradecido a Dios todos los beneficios que has recibido de Él, desde el don de la vida hasta los grandes favores, pasando por los pequeños detalles como los alimentos y las cosas buenas que nos pasan en la vida. Basta una pequeña oración: “Te doy gracias, Padre, por todos los beneficios que hoy me has concedido. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén

Recuerda: es de hijos bien nacidos el ser agradecidos. Y nosotros somos hijos de Dios: debemos agradecerle siempre y en todas las circunstancias de nuestra vida.

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