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Metanoia: dejar que el Espíritu renueve nuestra mente


En múltiples ocasiones habremos escuchado frases tales como: “Aunque la mona se vista de seda, mona se queda” o la crítica que se hace de muchísimas personas que, teniendo un golpe de fortuna, se comporta como gente sin educación: “Lleva el rancho en la cabeza”.
                Esa sabiduría popular hace referencia que nuestra manera de actuar dependerá de nuestra manera de pensar, de ver el mundo. Así, si una persona tiene en su mente que “celebrar” es armar un tremendo escándalo y beber alcohol hasta caer desfallecido, entonces, cuando quiera celebrar entonces hará un tremendo escándalo y se emborrachará. Si una chica cree que ser hermosa es vestir de manera escandalosa e indecente, poniéndose tatuajes y piercings en la nariz, en la lengua, en el ombligo y quien sabe en donde más, entonces, dirigirá su acción hasta lograr “verse hermosa” (¿?).
                Desde el inicio de la predicación del Evangelio, una de las exigencias era la conversión mediante la renovación de la mente por el Espíritu. Cuando recibían el bautismo, la persona renunciaba a su mala vida pasada para dejar que las enseñanzas de Jesucristo guiaran su vida. San Pablo usaba la imagen “hombre viejo – hombre nuevo”.
                Es inevitable que a lo largo de nuestra vida se nos vayan pegando manías y modos de actuar. Algunos de esos modos de actuar puede ser que no sean conformes a lo que Jesús espera de sus seguidores. Es, entonces, cuando debemos dejar que el Espíritu renueve nuestra mente para conformar nuestro actuar con la Voluntad de Cristo.
                En la celebración del bautismo, y posteriormente en otras ocasiones, en especial en la Vigilia de Pascua de Resurrección, hacemos las promesas bautismales. En esas promesas, nosotros renunciamos a Satanás, a sus obras y seducciones. Eso indica una ruptura con el pasado que nos alejaba de Dios. E indicaba, a su vez, la decisión de vivir en santidad: tener el firme propósito de guiar nuestra vida según los mandatos de Cristo Jesús.
                San Juan Bautista, al inicio de su predicación, invitaba a la conversión. La Biblia usa el vocablo griego metanoeite, que quiere decir “cambien su manera de pensar”. La conversión se da efectivamente cuando cambiamos nuestra manera de concebir el mundo y la vida según los caracteres mundanos para asumir los del Evangelio.
              Esa renovación de la mente debe ser constante. El Beato Juan Pablo II, en una exhortación que escribió para nosotros, los fieles cristianos que vivimos en el continente americano (Ecclesia in America), dice: “La conversión en esta tierra nunca es una meta plenamente alcanzada: en el camino que el discípulo está llamado a recorrer siguiendo a Jesús, la conversión es un empeño que abarca toda la vida. Por otro lado, mientras estamos en este mundo, nuestro propósito de conversión se ve constantemente amenazado por las tentaciones. Desde el momento en que «nadie puede servir a dos señores» (Mt 6, 24), el cambio de mentalidad (metanoia) consiste en el esfuerzo de asimilar los valores evangélicos que contrasta con las tendencias dominantes en el mundo. Es necesario, pues, renovar constantemente «el encuentro con Jesucristo vivo», camino que, como han señalado los Padres sinodales, «nos conduce a la conversión permanente»” (Juan Pablo II, Exh. Apost. Ecclesia in America, n. 28).
    Tenemos esa invitación permanente. Revisar constantemente nuestra vida según los criterios de Cristo Jesús, especialmente en nuestra oración y en la preparación para el sacramento de la Confesión. No dejemos esa tarea para después, al contrario, tengámoslo siempre como algo constante.
                ¡Jesús te bendiga!

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