Ir al contenido principal

Acción con intensión

Forma parte de cualquier religión la realización de ciertas actividades que se llaman actos de culto. Sin ellos una religión sería vacía.
En la primera lectura, escuchamos cómo Dios había previsto para la religión hebrea una acción precisa: si alguien estaba enfermo con lepra debía notificar a todos que estaba enfermo y debía estar separado de la comunidad. Si por el favor de Dios se veía curado de la lepra debía ir al sacerdote y debía ofrecer un sacrificio de dos pajaritos y madera de cedro. Jesús lo sabe y cuando cura al leproso, le dice que vaya y cumpla lo que está mandado. Una religión sin actos de culto no es tal.
Nuestra fe cristiana católica posee unos actos de culto a los que los fieles deben participar. Estos son los sacramentos. Entre ellos, destaca de manera principal la Eucaristía. La Iglesia nos pide que participemos en ella todos los domingos y que comulguemos si estamos debidamente dispuestos. También ocupa un puesto importante el sacramento de la confesión al que debemos acudir con la frecuencia que sea necesaria.

El gran peligro que existe es que estos actos sean vacíos. Por ignorancia o por tibieza, los fieles se pueden acercar a esos sacramentos sin mayor interés. Ya Nuestro Señor reclamaba esto en su época: solo se limitaban al cumplimiento externo, dejando el alma vacía.

Cuando te acerques a cualquier sacramento debes hacerlo con intención, es decir, sabiendo que estamos en presencia de Dios y que este acto de culto es un momento de encuentro con Dios. De lo contrario, estaremos en un mero cumplimiento externo, pero vacíos por dentro.

Nuestra fe cristiana, además, posee una riqueza particular. Nuestra fe no solo se limita a los actos de culto, sino a toda la vida. El cristiano sabe que su vida debe ser una ofrenda a Nuestro Dios y por eso San Pablo nos lo recuerda: “Todo lo que hagan ustedes, sea comer, o beber, o cualquier otra cosa, háganlo todo para gloria de Dios”. Esa es la razón por la que el cristiano debe hacer todo bien, porque es una ofrenda a Dios. Ofrecer a Dios algo mal hecho es como la ofrenda de Caín: no le gusta a Dios.

Existe una costumbre que no debemos dejar perder: la de ofrecer a Dios nuestras acciones. No la dejes perder. Es la ofrenda de tu vida que te llevará a una mejor participación en la Santa Misa.

En otras palabras, acción con intención.

Comentarios

Entradas populares de este blog

“Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu” (Lc 23, 46)

1) Composición de lugar             El Señor está consciente de que su hora de morir ha llegado. 2) Confianza y abandono La oración de Jesús, en este momento de sufrimiento —« Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu »— es un fuerte grito de confianza extrema y total en Dios. Esta oración expresa la plena consciencia de no haber sido abandonado.

¿Qué nos enseña el pasaje de la resurrección de Lázaro?

1) Lo que esperamos obtener de Dios no siempre es lo mejor para nuestra vida . Más de una vez nos habremos dirigido al Señor pidiéndole algo seguramente importante. Y más de una vez el Señor no nos concedió lo que le pedimos. Sin embargo, no nos debe quedar la menor duda de que lo que ocurrió redundará siempre en nuestro bien, aunque en el momento no lo entendamos o no lo veamos con claridad. Marta y María le mandan a avisar a Jesús que Lázaro está muy mal. Jesús no responde inmediatamente. Finalmente, Lázaro fallece. Cuando Jesús se hace presente, Marta le dice: “Si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano”. Marta esperaba que el Señor sanase a su hermano, pero no imaginó nunca que fue lo mejor que pudo pasar, porque con ello dio una muestra fuerte de su poder y su hermano volvió a la vida. 2) La verdadera vida está en Jesucristo . Hoy el término “vida” está relacionado más con el desorden y el placer. Y eso no es vida. La verdadera vida es la comunión de vida y a

¿Cómo actúa el Espíritu Santo en nosotros y en la Iglesia?

Es una pregunta interesante. No responderla implica el repetir hasta la saciedad que el Espíritu Santo actúa en nosotros y no tener idea de qué estamos hablando. Básicamente, el Espíritu Santo actúa ordinariamente de dos modos. Primero : El Espíritu Santo nos concede la misma vida de Dios. En los sacramentos, nosotros recibimos la gracia santificante. Esto quiere decir que recibimos la condición de hijos de Dios en el bautismo y, mientras tengamos la intensión de vivir según la Voluntad de Dios (eso es vivir en santidad) conservaremos esa amistad con Dios. Si por debilidad, descuido, pereza o maldad perdemos la gracia de Dios, el Espíritu Santo nos concede el perdón por el sacramento de la confesión. El Espíritu Santo hace posible nuestra vinculación con la familia de los hijos de Dios. Segundo : Con sus dones. En la tradición bíblica y en la tradición cristiana católica se identifican siete dones del Espíritu Santo: sabiduría, inteligencia, consejo, fortaleza, ciencia, pieda