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Hipocresía, no. Coherencia, sí

Las lecturas de este Domingo tienen una profundidad especial. Vale la pena que nos detengamos en una reflexión, aunque sea pequeña, de cada una de ellas.
En la primera lectura, el profeta Malaquías denuncia una situación particular. Es la época en que volvieron del destierro y el Templo de Jerusalén se había reconstruido con sencillez. Entre los sacerdotes y los fieles de Jerusalén había entrado una especie de desgana para las cosas de Dios. Malaquías comienza a dar “jalones de orejas” de parte de Dios. En este pasaje de hoy, se lo dedica a los sacerdotes que hacían los actos de culto con desgana, y los mandamientos de la ley los aplicaban a la ligera. Entonces, el profeta hace un llamado: servimos a nuestro Padre, así que hagamos las cosas bien, respetemos lo sagrado, y no nos “traguemos” unos a otros porque somos hijos de un mismo Padre.
El Salmo que escuchamos es una oración bellísima. Tradicionalmente era una de los Salmos que recitaban los peregrinos que iban a Jerusalén. Es un Salmo que invita a la confianza y la humildad. De hecho el Salmista (el Rey David) dice que se siente como un niño en brazos de su madre. Esa misma confianza debe tener Israel con el Señor. Y también nosotros.
En la segunda lectura, San Pablo escribe a los tesalonicenses desde el corazón: ellos se han portado muy bien con él y han mostrado disposición de escucharles. Es tanto el cariño que San Pablo les dice que no dudaría en entregar su vida por ellos. Sin embargo, la grandeza de los habitantes de Tesalónica es porque abrieron su corazón a la Palabra y esa Palabra está dando fruto en ellos.
Finalmente, en el evangelio encontramos los regaños que Jesús deja a los escribas y fariseos. Ellos no daban un buen ejemplo: decían a todos cómo debían portarse pero ellos hacían lo que les venía en gana. Hacían las cosas para que las personas hablaran “bien” de ellos, pero no hacían las cosas para agradar a Dios.
Jesús es exigente. No le gusta la hipocresía: los hipócritas pretenden engañar a los hombres (y a veces lo logran) pero es imposible que engañen a Dios. Jesús conoce lo que hay en nuestra mente y en nuestro corazón. Lo que más molesta a Jesús es que ellos reclamen títulos que no se merecen: a ellos les gustan que les llamen “maestros” cuando no enseñan; que les llamen “padre” cuando no cuidan a las personas; que les llamen “guía” cuando enseñan mal el camino para ir al cielo. El Señor, para quitarles autoridad, dice: el Maestro y el Guía es Jesús, el Padre es Dios.
Hoy la Iglesia nos llama para que seamos coherentes con lo que decimos creer y ser. El Señor detesta la hipocresía porque a Él no podemos engañarle.

Feliz Domingo. ¡Jesús te bendiga!

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